No es el tren lo que pasa,
sino el aire tibio que deja pegado a la piel.
No es el perro que ladra,
sino la sombra que se tensa antes del salto.
El cuadro termina aquí —
en la rama torcida de un álamo,
en el charco que copia un pedazo del cielo—
pero algo sigue moviéndose afuera:
la conversación rota de dos desconocidos,
una puerta que se abre sin que nadie entre.
Hay un insecto que camina
por la cara oculta de la piedra,
una semilla que germina en la grieta
que la cámara no alcanza.
El fuera de campo no es un lugar:
es la respiración de lo que insiste en ser
aunque nadie lo mire.
Es el gesto mínimo que antecede al llanto,
la frase que se pensó y no se dijo,
el golpe de la marea en un muelle vacío
mientras aquí, en el centro,
contamos solo las olas que se ven.
Fuera del plano
alguien enciende una luz.
Un cuerpo se aleja por el pasillo.
Una hoja cae y no hace ruido.
Y todo eso, lo que no vemos,
es lo que sostiene el mundo:
la arquitectura secreta
que mantiene en pie la escena,
el murmullo de fondo
que da sentido a la voz.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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