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    Lo que nunca fuimos (pero dolió igual)

    May 17, 2025

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    Te extraño.

    Y me enoja.

    Y me entristece.

    Como si una parte de mí no pudiera aceptar que algo que dolió tanto, todavía tenga espacio en mi pecho.

    Es esta sensación tan absurda de querer tenerte cerca, de desearte aquí —aunque ya sepa que no eres lo que necesito, ni siquiera lo que merezco—.

    Es ese deseo tan necio, tan humano… de anhelar lo que me rompió.

    Y sí, ya sé cosas que hubiera preferido no saber.

    Cosas que descubrí a medias, que intuí en tus silencios, que me gritaron las redes o las madrugadas.

    Cosas que al principio me llenaron de asco.

    De rabia.

    De esa repugnancia.

    Era una ilusión disfrazada de promesas que nunca se dijeron, pero que yo igual escuché.

    Y pasa el tiempo…

    y esa repulsión se va. Se disuelve.

    Como si no pudiera sostener tanto enojo durante tanto tiempo.

    Como si el cuerpo y el alma no pudieran mantenerse en guerra por siempre.

    Y entonces llega la niebla.

    Esa brisna suave que lo envuelve todo.

    Y con ella, los recuerdos.

    Y es un vaivén constante.

    Una marea emocional que sube y baja sin permiso.

    A veces quiero volver a ti, como si fueras un hogar.

    Y otras veces, no quiero volver a saber de ti nunca más.

    Como si fueras una herida que insiste en sangrar cuando todo parece estar curándose.

    Y en el fondo… sé la verdad.

    Sé que no habrá un "nosotros".

    Porque nunca lo hubo.

    No con palabras. No con certeza.

    Solo con momentos, silencios, migajas disfrazadas de gestos.

    Lo nuestro fue un “casi” con disfraz de eternidad.

    Un intento de vínculo sin nombre, sin promesa, sin futuro.

    Y aún así, me duele perderlo.

    Porque me lo inventé.

    Porque lo alimenté.

    Porque te di un lugar que no te habías ganado.

    Y me aferro a las memorias como si al repetirlas pudiera cambiarlas,

    como si al recordarlas pudiera corregir la historia.

    Intento llenar el vacío que tu ausencia dejó.

    Y a veces me engaño…

    me cubro de ilusiones,

    de la idea de ti,

    de lo que quería que fueras,

    de lo que creí que éramos.

    Me repito que tal vez me quisiste a tu modo, que no sabías cómo hacerlo mejor, que quizás yo también fallé.

    Pero después me callo.

    Porque no quiero buscar excusas para alguien que eligió no quedarse.

    Y aunque me duela, sé que llegará el día.

    El día en que el vacío deje de doler.

    En que el hueco se llene de mí,

    de vida nueva,

    de amor real.

    De amor que no duela, que no se esconda, que no se disfrace de confusión.

    Y entonces —y solo entonces—,

    tu nombre ya no será un susurro triste.

    Será solo una página más.

    Un capítulo cerrado.

    Un recuerdo sin nudo en la garganta.

    Una vida… sin ti.

    Lía de Invierno

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