Hay amores que no terminan, porque nunca empiezan.
Y, sin embargo, duelen como si lo hubieran hecho.
Te ilusionas con las palabras que no se dijeron, con las miradas que parecían promesas, con el casi que se sintió tan cerca que tuviste que creerlo.
Te quedas, esperando algo que nunca llega, mirando los días pasar con la esperanza de que tal vez, esta vez, algo cambie.
Pero no cambia. Solo pasa el tiempo.
Y tú sigues ahí, sosteniendo una historia que solo existió en tu mente, viendo cómo el silencio la desgasta hasta dejarla hueca.
No hubo beso, ni final, ni ruptura. Solo el eco de algo que parecía posible. Y ese vacío absurdo de llorar por alguien que, en realidad, nunca fue tuyo.
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