Por un instante, el eco se rompió,
las palabras no encontraron su rumbo,
y entre nosotros nació una sombra
que nunca debió existir.
El peso del silencio,
los muros de la distancia,
hicieron que olvidáramos
todo lo que un día nos unió.
Te perdí, y en ese vacío
quedaron risas suspendidas,
historias a medias,
y el calor de una mano amiga
que siempre estuvo ahí,
pero se sintió tan lejos.
Sin embargo, el tiempo,
con su lento paso,
trajo claridad a las tormentas.
Un día, tus palabras cruzaron el abismo,
y mis manos se tendieron
para deshacer el nudo
que el malentendido había tejido.
Nos miramos con los ojos del ayer,
y en un suspiro,
todo lo perdido volvió a casa.
La amistad, herida pero no rota,
renació como un amanecer
que ilumina la oscuridad de la noche.
Ahora sé que lo nuestro es fuerte,
que puede tambalear pero no caer.
Porque en ti, amigo,
encontré el perdón,
la verdad y la certeza
de que lo que vale nunca se desvanece.
Gracias por quedarte,
por darme la oportunidad
de recuperar lo que nunca
debió haberse ido.
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