mobile isologo
buscar...

Lo que nunca debimos ver

Dec 11, 2025

106
Lo que nunca debimos ver
Empieza a escribir gratis en quaderno

El edificio había comenzado a apestar y nadie sabía la razón, el olor inundaba los pasillos y ya alcanzaba a los otros pisos tanto por arriba como por debajo del presunto origen: el departamento ciento dos. Lo que comenzó como un ligero mal olor se transformó en una peste que invadía cada rincón del edificio, pegajosa e ineludible, parecía adherirse a la piel de quienes lo respiraban. 

Ya habían pasado cuatro semanas desde la primera denuncia colocada por la junta de vecinos en la oficina de sanidad, otras dos de la segunda, pero ambas se mantenían sin consecuencias. 

Matías, residente del departamento seiscientos uno, abrió la entrada para sacar la basura hasta el cesto en el pasillo. Volvió a cerrar la puerta en un pestañeo. Había colocado trapos empapados con distintos productos desinfectantes, selló las ventanas a cal y canto. Todo con la ilusión de evitar que las partículas que daban origen al olor fueran filtradas. 

Sin embargo, en solo un instante, el ambiente se colmó con una carga suficiente para casi vomitar en el acto. El sonido del timbre logró espantar las arcadas, puso un ojo en la mirilla. 

Del otro lado de la puerta, estaba una mujer con cabello canoso corto, algo menuda, con nariz ganchuda.

—¡Susana!… Dime en qué te puedo ayudar, o si necesitas pasar…— balbuceó, conteniendo la respiración.

—Hola Matías— dijo por encima de un paño que llevaba debajo de la nariz —están evacuando el edificio, por lo del piso uno, ¡tienes que bajar ya mismo!— 

—Un segundo y salgo— dijo mientras ataba su bata de baño y buscaba un cubrebocas que roció de inmediato con perfume antes de salir. 

Se dirigió rápido por las escaleras. El ambiente cargado acortaba su paciencia para esperar el ascensor. Cada piso que bajaba sentía que se acercaba más al infierno, pues el olor se intensificaba. 

El aire no solo olía a muerte; era denso, casi tangible, y lo envolvía como una manta húmeda, erizando cada vello de su cuerpo. Aquello no podía ser algo normal, tanta intensidad sobrepasaba lo natural. Intentó transitar las escaleras lo más rápido que pudo. Al poner un pie en el entrepiso, creyó escuchar un ruido detrás de la madera de una de las puertas, como si algo insistente quisiera salir. Sin tener tiempo para indagar más, refrescó el perfume en el cubrebocas para poder tolerar el aire y continuó.

  Al llegar a la planta baja, Matías se encontró con un grupo variopinto reunido en la entrada. El encargado conversaba con un par de policías en la puerta, mientras unos vecinos curiosos los observaban. Reconoció a Susana, hablaba con una pareja joven que había visto un par de veces al transitar por el edificio. La mujer, de piel trigueña y cabello castaño oscuro, tenía los ojos hundidos como si hubiera estado llorando, Matías estuvo por acercarse a preguntar si todo iba bien, pero un revuelo lo interrumpió. 

Un vehículo grande y llamativo llegó a la entrada del edificio, su exterior cubierto con el logotipo de un canal de noticias. Al detenerse, las puertas laterales se abrieron, dejando salir a un grupo de individuos cargando distintos equipos, todos uniformados con chalecos timbrados con el mismo logo que la camioneta. La luz intensa de un foco montado en una cámara, apuntaba hacia la entrada del edificio.

El encargado y Susana se apuraron hasta la puerta, como moscas a la miel.

Un reportero, micrófono en mano, ajustaba su auricular—Al aire en tres, dos…— e hizo una seña al camarógrafo frente a él —Soy Fernando Salazar para “Sucesos TV”, estamos acá en el sitio, intentando obtener más información…— 

Mientras tanto, uno de los policías se acercó hasta la pareja. Matías por su parte, intentaba mezclarse entre el grupo de vecinos curiosos, para ver que lograba captar.

—¡Es insoportable, joven! —exclamó Susana, colocándose al frente con el aire de quien da un discurso.—El dueño no responde ninguna comunicación, y la inquilina tiene varias semanas que no se le ha visto entrar al edificio—

—Ustedes televidentes, no lo pueden sentir a través de su televisión, pero el olor es sin lugar a dudas intolerable— dijo el reportero a la cámara —¿Entonces no sabe si alguien más vive allí con ella?— increpó el periodista, apuntando de vuelta el micrófono a la señora.

—No, no sabría decirle. Pero sí sabemos que hay un ruido en el departamento, puede ser un animal quizás—Susana bajó la voz, como si hablara más consigo misma que con los demás —No sé cuántos. Algunos vecinos los escuchan todo el tiempo— 

El encargado, que hasta ese momento había permanecido en silencio, interrumpió con una voz más grave —Mire, lo más probable es que sean los gatos. Desde mi departamento, se puede ver un pequeño patio techado y he visto algunos a veces. Seguro se quedaron encerrados, sin comida ni agua y bueno... ya sabe—

Un sollozo distrajo la atención de Matías del escándalo de la entrevista. Un policía ahora hablaba con la pareja que vio al bajar. 

—¿Cuándo fue la última vez que vieron a su hija? —preguntó el oficial. Su voz era firme, pero había un atisbo de preocupación.

—Dos días...—respondió el padre. Su voz salió seca, la desesperación desgarraba las palabras. El hombre se pasó una mano por el rostro, intentando mantener la compostura.

—Ella solo quería ayudar... dijo que los gatos necesitaban comida— gimoteó la madre.

—¿Gatos?— cuestionó el oficial.

—Del ciento dos— La voz del hombre se tensó al pronunciarlo —Ese maldito lugar—

La madre asintió rápidamente, hablando entre sollozos —Se escuchaban maullidos todo el tiempo. Día y noche. Tan insistentes… tan... desesperados—

—¿Y qué pasó después?— insistió el oficial, ahora inclinándose más hacia ellos, como si intentara absorber cada detalle.

—Ella dijo que no podía ignorarlos, tomó algo de comida y... se fue, pero no volvió.— respondió el padre.

El oficial frunció el ceño —¿Saben si logro entrar?—

—No estamos seguros. Tocamos la puerta muchas veces. Gritamos. Nadie respondió. Llamamos a varios de sus amigos, pero ninguno la ha visto— gimoteó la madre quebrándose.

El oficial cerró su libreta —Es suficiente, vamos a investigar—

Mientras escuchaba, Matías sintió un escalofrío recorriendo la nuca.

—Necesitamos el edificio despejado— anunció el jefe del operativo a través del radio portátil. Un par de patrullas con un puñado de agentes uniformados habían llegado al lugar, junto con un camión del cuerpo de bomberos —Por su seguridad, tienen que evacuar el área mientras realizamos el allanamiento — dijo a los presentes.

El equipo del canal conversó con los policías, logrando que permitieran a un camarógrafo filmar el ingreso al departamento. Los vecinos y curiosos se agruparon en torno a la camioneta de los reporteros, viendo la transmisión en vivo que era monitoreada por uno de los técnicos. 

La cámara se movía a la par del grupo en el edificio, hasta que llegaron al piso uno. El monitor parpadeaba, los colores se invertían, como si algo jugara con la señal mientras más se aproximaban al objetivo. El técnico dio unos pequeños golpes al monitor, intentando que mejorara la imagen.

Uno de los policías se detuvo en seco al llegar, tapándose la boca con la manga. —Dios, ¿qué es esto? ¿Cómo alguien puede vivir aquí?— murmuró entre arcadas.

—Procedan— comentó el jefe del operativo por una radio.

Uno de los bomberos, tomó un hacha y comenzó a abrir la puerta, cada golpe liberaba una bruma tan densa que parecía casi como si estuviera viva, intentando escapar.

El interior era peor de lo que cualquiera podría imaginar. Pilas de basura y ropa rasgada cubrían el suelo. Las paredes estaban manchadas de excremento seco y restos de comida en descomposición. Cerca de una esquina, se encontraba el epicentro del cruento paisaje: una pila de cadáveres de gatos hinchados por los gases, con piel tensa y brillante que se desgarraba en zonas, dejando asomar carne pútrida y huesos. 

Sin embargo, algo llamó la atención de la cámara: un círculo vacío en el suelo, despejado entre la suciedad. Dentro, había un espejo roto y marcas negras que parecían símbolos tallados con precisión, rodeado de huesos de diversas partes del cuerpo de animales, algunos cráneos aparecían desnudos, como si algo los hubiera limpiado con meticulosidad antinatural.

Antes de que alguien pudiera comentar el hallazgo, un murmullo recorrió el grupo de curiosos. 

—¡Ahí está! ¡Es ella!— 

Matías giró y vio a Susana señalando a una mujer que caminaba hacia la entrada del edificio. Era joven, con un aspecto demacrado y ropas sucias que parecían sacadas de un basurero. Su cabello enmarañado enmarcaba un rostro inexpresivo, casi vacío, salvo por unos ojos celestes que parecían observar todo con una calma inquietante. 

—¿Es usted la inquilina del ciento dos?— La interceptó un policía al instante. La mujer asintió sin decir nada. 

—Va a tener que acompañarme a la comisaría— remarcó el agente mientras la tomaba de un brazo.

—Está bien— dijo, con una voz que era apenas un susurro —Pero… Necesito buscar algo—

El jefe de policía frunció el ceño —Eso no va a ser posible— 

—Es importante— insistió ella, mirándolo directo a los ojos. Su calma parecía desarmar cualquier argumento en su contra. 

—Ok, tendrá cinco minutos para entrar, tomar lo que necesite y salir, un par de agentes la acompañarán en todo momento— ordenó el jefe

Las cámaras no dejaron de grabar después de que la mujer atravesó el umbral de su departamento. La pequeña pantalla mostraba su figura avanzando entre el caos, como si ella fuera ajena a la podredumbre de toda la escena. 

En el monitor, la mujer se detuvo cerca de la pila de gatos muertos donde parecía buscar algo entre la putrefacción. La inquilina sacó una prenda de ropa ensangrentada de entre la pila de cadáveres y la enseñó a la cámara. 

—¡Eso es de mi hija!— lloró la madre desbocada al borde del colapso mirando al monitor. Matías sintió un nudo en la garganta mientras los policías al lado de la camioneta apartaban y contenían a la pareja que intentaba lanzarse al edificio.

Entre los cuerpos hinchados, algo se movía. Al principio parecía un reflejo de luz, pero no tardó en evidenciarse: un gato, o algo que alguna vez estuvo vivo, se levantó. Su carne estaba retorcida, como si hubiera sido reconstruido con retazos de los otros cadáveres. Un chillido agudo y antinatural salió de su garganta hinchada y llenó el aire.

Sin inmutarse, la mujer, se arrodilló frente a la criatura, susurró unas palabras inaudibles mientras la acariciaba con un gesto casi maternal. Sus ojos se abrieron de golpe, dos esferas blancas sin pupilas.

Uno de los policías en la escena, se acercó a la inquilina —Señora, es hora de que salgamos de acá–

La mujer se incorporó y soltó una carcajada malévola —No, es hora de que mis pequeños coman—

Un chillido atravesó la transmisión y congeló a todos en el sitio. El gato al lado de la mujer, se abalanzó sobre el agente, al mismo tiempo que otras pequeñas figuras le brincaron encima, el resto de los cadáveres, comenzaban a levantarse y abalanzarse sobre él. Eran decenas, tal vez cientos.

Los policías intentaron detenerlos disparando, pero era inútil 

—¡Retírense! ¡Ya mismo!— Ordenó el jefe por la radio.

En la pantalla, la cámara tembló cuando el camarógrafo tropezó, retrocediendo mientras las criaturas lo rodeaban. Un aullido gutural, profundo y sobrenatural, resonó en el aire, el lente captaba al camarógrafo siendo alcanzado por la oleada. La transmisión se cortó con un último golpe seco, dejando a todos en la entrada paralizados.

El silencio duró apenas unos segundos, mientras las luces del edificio parpadeaban. Un ronroneo bajo y vibrante, como un gruñido bestial, resonaba mientras la horda de cuerpos deformados y putrefactos descendían por las escaleras, una masa de carne corroída que ahora llenaba el vestíbulo con una grotesca danza de vida macabra. Luego, pequeñas figuras comenzaron a emerger, cuerpos deformados tambaleándose bajo la luz. Uno de los policías abrió fuego, en medio de los nervios. 

El caos se desbocó. Vecinos tropezaban entre sí, aplastando en su desesperación por huir. Matías vio cómo una mujer mayor cayó al suelo, solo para ser alcanzada por las garras de una de las bestias. Su chillido fue breve; el gato se aferró a su cuello con uñas y dientes. Las luces del vestíbulo volvieron a parpadear, y en cada destello, el horror parecía multiplicarse. Los maullidos eran ahora un rugido colectivo, un canto de muerte que ahogaba cualquier otro sonido. 

Matías intentó correr, pero tropezó con algo húmedo y pegajoso. Algo frío y viscoso recorrió su nuca, y un ronroneo bajo, profundo, vibró junto a su oído, haciéndole temblar desde los huesos. 

Quiso gritar, pero antes de abrir la boca, sintió que algo pequeño y afilado perforaba su pantorrilla. El dolor fue inmediato, abrasador. Intentó zafarse, pero otros pesos comenzaron a caer sobre su cuerpo, como si la oscuridad misma cobrara forma. Arañazos y mordidas surgieron desde todos los ángulos. Trataba de arrancar las pequeñas figuras que se aferraban a él como parásitos, pero era inútil, sus uñas desgarraban el pelaje podrido, las bestias no cedían en su frenesí despiadado.

Y entonces lo sintió: su conciencia fragmentándose, el olor metálico de su sangre mezclado con el icor que despedían aquellos monstruos. El último pensamiento que cruzó su mente fue que ya no sabía si el chillido desgarrador que resonaba en el aire era suyo… o de las criaturas que lo devoraban.

La luz del vestíbulo se apagó, dejando solo el eco de maullidos que prometía que aquello apenas comenzaba.


Rafael Noguera

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión