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    LO QUE IRVINE WELSH HIZO DE MÍ

    Jul 4, 2024

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    LO QUE IRVINE WELSH HIZO DE MÍ
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    El treinta y uno de septiembre de dos mil dieciséis, conocí al escritor de Trainspotting en una sala de la Abadía. Compartía con Mariana Enríquez y Hugo Mújica un pequeño escenario color caoba, todos formando parte de un panel llamado "Excesos". En esa oportunidad, tuve la posibilidad de hablar con él y hacerle preguntas que desde los trece años deseaba que fueran contestadas. En algunas ocasiones hablamos también por Twitter sobre fútbol y música, a través de los mensajes directos, en esa época donde las personas conocidas y reconocidas eran todavía un poco más accesibles, pero lo principal, lo que quemaba en la carne, eso lo pregunté en persona. Yo tenía dieciséis años y lo recuerdo bien, recuerdo incluso qué ropa llevé: un vestido azul con pantalones de jean debajo y una campera negra. También recuerdo que llevaba el pelo cortito como varón y que traje, en un bolso, una copia de Skagboys, la precuela de Trainspotting, la cual, por supuesto, le hice autografiar, acaso Irvine Welsh fuera un A-lister bajando a tierra desde Hollywood Hills para repartir saludos a fanáticos enardecidos acumulándose a su alrededor como muertos vivientes o como moscas hambrientas de heces.

    Mis padres eran veinteañeros en los noventa y tenían un cuadro de Trainspotting colgado en la casa al fondo de lo de mi abuela, ahí donde crecí. El cuadro mostraba al cast de la película de 1996, dirigida por Danny Boyle, observando a la cámara en fotografías en blanco y negro: Renton, empapado, se sostenía el cuerpo con los brazos, Sick Boy apuntaba como con una pistola, Spud invitaba al espectador a acercarse y Diane, inclinada, sonreía con los ojos a medio rasgar con un vesitdo brillante puesto. Mi madre me contó alguna vez que esa película a mi padre le voló la cabeza. Él, que vivió rápido y murió joven, creo que en Trainspotting encontraba cierta comprensión. Después de todo, mi papá a los doce años vivía en la calle, en los ferrocarriles de Haedo, y se picaba cocaína, lo que le dio VIH, lo que le produjo SIDA, lo que se lo terminó llevando a los diez años del estreno de Trainspotting.

    Lo cierto es que sólo me enteré de qué murió mi padre a los dieciocho, once años después de su fallecimiento. De sus amigos, creo que queda uno vivo y no hablo con él: los demás también fueron yéndose, prontamente, antes de encontrarse los avances en la materia del VIH, esos que hacen que, ahora, tan sólo se deba tomar una pastilla por día para solventarse la vida. Me pregunto en cuál personaje mi padre se hallaba a sí mismo: si en Renton, tan nihilista, o en Bigbie, tan violento, o en Tommy, que era ingenuo y creyó que la heroína iba a ser controlable, encontrándose con el SIDA y la muerte después.

    Vi Trainspotting por primera vez a los trece años recién cumplidos. Tenía una computadora que el colegio me había dado y la llevé en la mochila en primer año de secundaria, al día siguiente de verla, porque me había gustado muchísimo. La descargué ilegalmente y la llevé y con un par de compañeros nos sentamos en los pupitres lindantes al mío, la computadora diminuta puesta en el banco, y la vimos en las primeras horas de clase. A mis compañeros les gustó mucho, uno de ellos hace un tiempo me dijo por Instagram que la película le había quedado inmantada en el cerebro. Por supuesto que me lo dijo por Instagram porque nunca más volví a verme con mis compañeros de colegio, desaparecí del conurbano y del mundo durante tanto tiempo que, ahora, nada me conecta con ese tiempo. Nada salvo la sensación de estar nadando en una profunda fosa y, por supuesto, el gusto por Trainspotting.

    Ese mismo año me quedé libre por primera vez y luego me quedé libre todos los años siguientes. Mi trayectoria en el colegio fue algo pútrido y complicado y lo que diferencia esa vez con los siguientes cinco años es que me quedé libre por escaparme del colegio a leer Trainspotting sentada en paradas de colectivos. Me quedaba cuatro horas sentada en el banco de la parada tal, leyendo, y a veces iba un par de cuadras más a la izquierda o más a la derecha para tener mejor iluminación y ver las casas, porque siempre me han obsesionado las casas, saber qué pasa en el interior, ver cómo viven los demás.

    No sé qué tanto Trainspotting me marcó. Es decir, sé que me marcó, pero no puedo adivinar qué retazos míos parten de esa película y ese libro y qué otras partes son mías, orgánicamente mías: ¿fue mi idea o fue la idea de Trainspotting y Christiane F. el hacerme tomar Diazepam veterinario para no tener que aguantar más días despierta? ¿Y el bajar el almuerzo chatarra, típico de una adolescente, con vino barato? ¿Se me ocurrió a mí o quería ser como Renton? ¿O quería ser como mi padre, que estuvo preso dos veces por ser ladrón y adicto? Tanto de mí es mi padre: las películas, los libros, la violencia; el querer matar a quien se posa en frente mío cuando estoy de mal humor; el amor por Boca Juniors; la insipiente vergüenza de estar viva y tener que reclamar por esta vida desabrida.

    A los dieciséis conocí a Irvine Welsh en ese escenario pequeño que estaba en la sala de conferencias de la Abadía, en Capital Federal. Viajé dos horas desde mi barrio en Zona Oeste hasta esa punta de la ciudad y me encontré con un hombre altísimo, vestido con una campera de jean, una camisa y pantalones negros. Nos traducían lo que él decía en unos auriculares que nos entregaron al comienzo de la función, pero yo me los saqué porque entendía y quería oír su voz. Para mí, era como ver a una estrella de rock, o como ver a un Jesús sangrante arreando ovejas. Recuerdo que le hice dos preguntas que me pregunté desde los trece años. En Trainspotting, tanto en el libro como en la película, la música es motor y sangra, despliega conocimientos de ultratumba sobre el destino de los personajes y Lou Reed e Iggy Pop son mencionados todo el tiempo. Por eso mi primer pregunta fue algo como: ¿La música viene primero o viene después? Es decir: escribiendo Trainspotting, ¿la música te inspiraba? ¿O acompañaba? Y ahí él me respondió que la música era el durante de todo texto; que la música era lo que le daba pulsión cuando era un adicto, que la música estaba presente en todo, que a él lo inspiraban otras cosas, vivencias, más que nada, y que la música era la compañía de esas cosas y esas vivencias. Luego de eso le pregunté qué tanto de Trainspotting era su imaginación. Le pregunté eso porque siempre creí que hablaba de personas reales. Y él me dijo que Trainspotting es una obra robada, que él hablaba de sus amigos muertos mientras escribía Trainspotting, que todos sus amigos muertos estaban en todos los personajes, que tantas cosas que hizo él y que hicieron sus amigos eran mencionadas allí: las peleas, la drogadicción, las botellas rotas partiéndose en cabezas tras un partido de los Hibernian y el SIDA. Irvine Welsh perdió a casi todos sus amigos por el SIDA. Irvine Welsh fue, antes de ser escritor, un punk que escapó de casa para convertirse en heroinómano, y él será tanto Mark Renton como Sick Boy y Bigbie y Spud, entonces, al igual que sus amigos que ya no están.

    No puedo evitar pensar en mi padre. Una vez conversé con su amigo vivo, el que todavía sigue vivo, y me contó:

    Se fue. En la casa esta te decían 'a las nueve tenés que volver' viste, y esas cosas no le gustaban. Y se quedó en la calle solo. A veces, no sé, venía para mi casa, a veces en la casa de otro, iba rotando así, después también la hermana de él también lo quiso llevar en Haedo, en Haedo, viste los ferrocarriles, ahí estuvo viviendo. Pero también se fue porque tenía... tenía... Era muy libre tu viejo. Qué sé yo, era vago, como yo, como todos. Parábamos en esta plaza, en Haedo, Pero era muy solo tu papá. Muy solo... nos cagábamos de risa, con tu viejo era un cago de risa, siempre haciendo chiste, siempre bocón... Y después también, qué sé yo, Marquitos... ni te enteraste de él pero era uno de sus amigos. Ese chico también murió. Pasa que no se cuidaban. Marco también tenía HIV, eran muy amigos, iban en motito juntos y peleaban con la policía. Tu viejo se tranquilizó, y no, para mí era un fenómeno. Ahora no pasa así, pero en la época de tu papá y la mía era diferente, o sea, tarde o temprano... Tenías un tiempo y se complicaba un montón, y después él también tenía que vivir tomando pastillas. Tuvo una buena vida. Íbamos a jugar siempre a la pelota, aparte era muy querido... y odiado, siempre se quería ir a las piñas. Por tu papá se peleaban seguido. Yo estuve en un par de peleas, una vez también... Estábamos en Haedo y vino uno que era gigante, y había bronca con tu viejo, y tu viejo se peleaba con cualquiera, no tenía problema, pero este grandote, no sabes, en una le hizo un abrazo y lo levantó, y lo suelta... Tu papá se aleja, y yo digo ya fue, ya fue, y vuelve con una botella partida. Al final se fue el otro. Tenía muchos amigos, y era así el Ciruja. ¿Sabés que le decían así en el barrio? Dormía en la estación, o después lo veías en otra calle, o alquilaba incluso, pero era nómada de una, yo cuando lo conocí vivía con una gente que lo quería un montón, como a un hijo, pero se fue. Después también cuando se fue a vivir con la hermana también, pero lo que te digo, nosotros estábamos en una época que era el auge de la droga y estaba... todo el mundo quería andar en la calle vagueando. Yo también. Tu papá quería una familia pero tampoco la quería. Por eso cuando llegaste vos estaba tan contento.

    Inconexo o no, no sé qué tanto de Trainspotting soy yo, qué tanto de Trainspotting son los amigos de Irvine Welsh y qué tanto de mí es mi padre, el peor y el mejor de todos. Pero sé lo que hizo Irvine Welsh por mí: no es su culpa que yo haya tomado drogas, ni tampoco es su culpa que viva intensamente, tristemente y en constante pérdida; más si hizo algo de mí, es que me dio el sueño de escribir sobre lo que veo y sobre nada más que eso. Por eso todo en mí es la muerte, porque es todo lo que encuentro.


    LOURDES SUYAI

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