Lo que irrumpe mis sueños no es la imagen que avizora, es el recuerdo de la imagen.
Dec 16, 2024
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Cierro los ojos, listo para entrar al lodazal del inconsciente. Todo mi cuerpo se prepara para cruzar el umbral, excepto mi corazón, que teme caer al vacío. A mi corazón perturbado lo convoco en los confines de mi mente, lo arropo y le ofrezco asiento junto a un cálido fuego, bajo un cielo estrellado. Y le digo: Lo que irrumpe mis sueños no es la imagen que avizora, es el recuerdo de la imagen.
En donde habitamos, existen un sinfín de criaturas. Las hay rencillosas, las hay expectantes, las hay dormidas y ocultas. Existen los adefesios, las malformaciones. La mente alberga tantas bestias como anillos un árbol o estrellas un cielo. Pero todas forman parte de nosotros, creando así un nuevo ecosistema. Y verás que las bestias no pueden atacarnos todas juntas. Dependiendo del alma del huesped, se organizan para atacar sistemáticamente o se atropellan unas con otras para ocupar un espacio. Porque el espacio es limitado y la puerta es tan pequeña como los sentidos. Si la puerta fuese más grande, sin duda vislumbraríamos mayor cantidad de residentes aguardando. Es por esto que, por ejemplo, los insensibles son tan temerosos como descuidados, y los sensibles se afligen con facilidad. En fin, que la mente tiene poco espacio de recepción. La imagino como un galpón, como un palacio, como un granero, como un cubo blanco y vacío. Y la mayor parte está reservada para la archivadora.
Te explico todo esto para que entiendas que, mientras dormís, todas las puertas se cierran con llave. Y nada entra, y nada sale. Las bestias, aquellas que están despiertas, también se duermen. Cuando todo se apaga, solo rondan los recuerdos. Te convoqué porque noto tu temor al cerrar los ojos. Sé que, en esencia, somos distintos. En vos hay espacio para hospedar un ejército de filisteos, una multitud de eruditos y un centenar de amores. Hay espacio para un Dios omnipotente, para un bastión de terquedad, un bosque de templanza y un río de conocimiento. Y la entrada es amplia como la infinidad de los cielos. La mente, en cambio, tiene tres sillas. En ellas se sienta el anfitrión y la serpiente, dejando un lugar para el tercero en discordia. Por supuesto, hay un grillo merodeando, protector, tan pequeño que no necesita silla, y tan poderoso que él solo mantiene a raya a los visitantes. Ese es el reino de la mente.
Ahora, cuando dormimos, todo desaparece, porque no hay nadie más que nos evoque en semejanza, exceptuando la archivadora. La archivadora se encarga de mantenernos en vida, moviendo engranajes y papeles incesantemente. De su eterno maquinar se expelen los recuerdos, como fantasmas en la noche. Ahora yo te pregunto: no aparentas temerle a las memorias del buen clima, de los aromas cautivadores, de la ternura y la pasión. Te sensibiliza la nostalgia de una luna llena y el danzar de los pastizales, y te rendís al calor del tacto fantasmal. Todo eso son los sueños. Bien, entonces, no te empaques de presa triste ni temas del recuerdo de las bestias. De ahora en más deberás tener presente que lo que irrumpe mis sueños no es la imagen que avizora, es el recuerdo de la imagen.
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