Hablando hoy con un amigo —y también conmigo mismo, como todos los días en que no puedo descansar la mente… lo cual pasa más de lo que desearía— pensé la razón de mi pasión por la lectura. Digo “lectura”, ya que no busco remitir solo a la ficción; todo lo escrito narra, y si cuenta algo, es inevitable que interceda en el alma de uno.
Siempre buscamos la identificación. Que un otro escriba lo que nos carcome por dentro con una contundencia que corte el aire que respiramos, sentenciando: él o ella, definió, con increíble sencillez, años y momentos de mi vida.
Seguro al escritor no le interesa, o si le importa, nunca va a enterarse, y no tiene por qué hacerlo. Las hojas son las que se comunican con el lector, no el artista.
Porque una vez que se manchó la página en blanco, esta ya no pertenece a su ideólogo.
Cuando me sentí culpable, incapaz, feliz, enamorado, ansioso, nostálgico. Esas experiencias se vienen redactando hace siglos, y así por la eternidad.
Por eso leo —leemos, quizás—, para encontrar lo que no podemos describir en letras, palabras, oraciones y párrafos; y, esencialmente, en —como diría Raymond Carver—:
Todos nosotros.
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