mobile isologo
buscar...

"Lo que el hueco se llevó"

Jul 15, 2025

117
"Lo que el hueco se llevó"
Nuevo concurso literario en quaderno

En el barrio la conocían como "la vieja loca", aunque no era ni tan "vieja" ni tan "loca".

Pero, ¿viste cómo es?: si caminas prestando atención, hablas con los árboles y te parás en cada esquina a anotar cosas en una libreta con lomo de cuero (de esas que ya practicamente ni se fabrican), el apodo llega solo.

Vivía en una pensión. Los vecinos de Talar la conocían porque era hija de una famosa curandera del barrio, que "atendía" en su casa en los años 90; arreglaba huesos, tiraba las cartas, y también se decía que "curaba" enfermedades y "abría los caminos".

Decían que se había vuelto un poco loca cuando su mamá falleció, cruzando la ruta, un camión se quedó sin frenos y la atropelló, dejando la bicicleta hecha un bollo. Ella tenía 14 años. Desde ese momento empezó esta aventura de ir deambulando por el barrio, sin molestar a nadie, pero anotando todo, y hablando sola.

No discutía con nadie, nunca quería convencer a los demás. Ella sólo anotaba. Y eso la hacía respetable en el barrio. Porque también estaba alerta y muchas veces hacía de justiciera, protegiendo a los jóvenes o ayudando a la gente a arreglar la cadena de la bici, a cruzar la calle, a pasear a los perros.

Siempre andaba caminando.

Zapatillas grandes, varios números más grandes de su talle. Abrigo negro y largo, hasta en pleno verano, y una mirada de esas que te desnudan el alma, que te hacen sentir visto de verdad, hasta el punto de generarte incomodidad.

Cargaba una libreta azul, todo el cuero gastado, con las esquinas mordidas.

Y escribía.

Anotaba cosas como si estuviera haciendo un inventario del barrio.

Una vez, un pibe le preguntó qué escribía en esa libreta.

Ella lo miró, soprendida de que alguien se interesara, de que un jovencito no le temiera, y con una mezcla de ternura y amenaza le dijo:

-Agujeros.

-¿Qué? - dijo el pibe, pensando que había escuchado mal -

-Agujeros nene! Los que la gente lleva encima. En el pecho, en la panza, en la espalda. Vos no los vas a ver por que algunos son muy chiquitos, bueno vos también lo sos, pero hay otros pibe...que son tan grandes, que yo no sé cómo no se les cae el alma por ahí.

Siguió caminando, como si no hubiera dicho nada raro. Como si lo más lógico del mundo fuera andar por ahí explicando ese hobby existencial y pretender que la gente común y corriente entendiera.

Y así se pasaba la vida, el año entero, con su cuaderno y un lapiz negro. Recorría plazas, mercados, ferias, paradas de colectivo.

Miraba a la gente con la seriedad de quien toma medidas para coser un traje. Y anotaba. Siempre anotaba.

Un día, apareció un vecino nuevo. Un hombre que había comprado la casa de José Coroniti, el panadero, que había fallecido hacía poco.

Venía de otra parte, pero nadie sabía de donde. Vivía solo, no tenía hijos, y para la vieja, tenía algo en su andar, en su forma de caminar, que no cerraba del todo.

Ella lo vió de lejos. Lo escaneó durante días: traje, zapatos, sin corbata, reloj de pulsera, celular en mano. Pero debajo de todo el outfit de ejecutivo, la vieja supo que ahí había algo muy profundo.

Intentó, de lejos, mirar su agujero - ese vació que todos tienen y que algunos esconden detrás de trajes bien planchados y de ropa cara - pero no pudo rastrear nada con su ojo clínico.

Hasta que después de tantos intentos fallidos, se armó de valor y lo encaró.

-Hola, ¿me dejas mirar?

-No, conmigo no señora. Ya me contaron de usted. A mi no me joda.

-Perdón muchacho - dijo amablemente y se fue -

La frase le quedó rebotando por días, de hecho la anotó en su cuaderno: "conmigo no, ya me contaron de usted".

¿Con el no, qué? Si ningún agujero del barrio se le escapaba, tarde o temprano todos accedían.

¿Qué le habían contado de ella? o ¿Quién le había contado de ella? ¿Los vecinos?, ¿Las voces del agujero? ¿Qué escondía este hombre?....

Pasaron semanas. Se obsesionó. Lo empezó a seguir con disimulo.

Lo miraba desde lejos cuando entraba al café, desde los umbrales al atardecer.

Tomaba nota como si su vida dependiera de entender ese agujero que no se dejaba ver.

Tal vez no estaba tan loca.

Una noche, caminando por el barrio, con los niños y sus padres celebrando "halloween", los negocios abiertos hasta tarde, los vecinos disfrazados, los pibes correteando por la vereda, ella salió a hacer su recorrido nocturno.

Camino un par de cuadras más de la cuenta, tal vez guiada por un impulso o por una intuición.

Llegó hasta la estación de tren, que estaba medio abandonada. Los vecinos decían que cuando pasaba el tren de carga tenías que pedir un deseo, que sin lugar a dudas se te cumplía.

La última tormenta había arrasado con los cables y algunos focos estaban apagados, sobre todo los que estaban cerca del cruce peatonal.

A lo lejos, pudo distinguirlo, venía trotando, haciendo ejercicio. Le costó darse cuenta que era él porque llevaba ropa ligera, se había desprendido del traje y la camisa, y porque sobre todo, ella podía ver el agujero brillar a varias cuadras de distancia.

No quería asustarlo, asique decidió ir por la sombra.

Cuando de repente, se dió cuenta que el hombre estaba siendo arrinconado por dos jovencitos, que sin armas, querían robarle.

La vieja no lo dudó ni un segundo, e increiblemente empezó a correr, a pesar de la tela larga que la caía de lo hombros y del dolor de pies que le generaban las zapatillas que le quedaban grandes.

Lo fue a socorrer, sin pensar en nada más.

Aterrizó con un grito que retumbó en todo el barrio, sacó un cuchillo oxidado que guardaba debajo de los harapos y espantó a los dos chicos, que tendrían entre 12 y 14 años. Corrieron despavoridos, como si hubieran visto un fantasma.

El hombre estaba en el piso, agarrándose la cabeza con los brazos, en posición fetal, totalmente rendido a la situación.

La vieja le apoyó la mano en el hombro y le dijo:

-Tranquilo muchacho, ya pasó. ¿estás bien?

Sacó lentamente los antebrazos de la cara y la miró, e incorporándose sin miedo le contestó:

-Si, estoy bien, gracias señora.

-No fue nada. - dijo la vieja - y le extendió la mano para que le hombre se pudiera levantar.

Él, sin dudarlo aceptó la amabilidad. Y ella, con el corazón palpitando como nunca, sabía que iba a poder ver su agujero como nunca antes, muy cerca, y eso la emocionaba más que nunca.

Y ahí, parados frente a frente, la vieja con los ojos abiertos como un búho, temblando, le preguntó:

-Muchacho, ¿me deja mirar?

Y el hombre, que se sintió un poco en deuda con ella, porque lo había salvado del ataque de esos pibes y porque le daba un poco de culpa haberla tratado tan mal, después de pensarlo unos segundos, accedió (como finalmente hacían todos), y le contestó:

-Si, obvio, es lo menos que puedo hacer, después de esto.

Se bajó el cierre de la campera, la luz se escapaba por los ínfimos agujeros imperceptibles de la camiseta deportiva que llevaba pegada al cuerpo.

No era una herida, no era un cicatríz: era un abismo.

Ella se acercó. Asomó la cabeza....y se cayó.

Así. Como si ese agujero la reclamara. Como si hubiera nacido para habitar ese hueco en él.

Y desapareció.

El muchacho se sintió desvanecer. No sabía si era el shock del robo frustrado o el kilómetro demás que había corrido o que la vieja había desaparecido dentro suyo, pero se le aflojaron las piernas y se desmayó.

Despertó un par de horas después, escuchando a lo lejos la bocina del tren y las campanas de la estación.

No entendía nada, asique se incorporó, agarró la campera que estaba en el suelo y refregándose los ojos emprendió camino hacia su casa.

Apenas llegó, se sacó las zapatillas y se tiró en la cama. Se sentía cansado y el sueño lo dominaba.

A la mañana siguiente, seguía con esa sensación rara, como cuando tenés un sueño muy vívido que te persigue durante todo el día.

Mientras desayunaba, vio la campera que llevaba puesta la noche anterior, colgada en la silla, y un bulto extraño en el bolsillo le llamó la atención.

Cuando la revisó, desenfundó una libreta, azul oscuro, con las puntas mordidas, y un lápiz cortito haciendo de "marcador" en las primeras hojas.

Lo abrió y leyó:

"Hay quienes caminan con heridas abiertas sin siquiera notarlo.

Yo vine a coser las grietas.

Pero para entrar, tienen que dejarme pasar".

Desde aquella noche, la vieja loca ya no volvió a verse. Los rumores dicen que se tomó el tren de carga y desapareció. Otros más osados, cuentan que se fue en busca de más agujeros, porque a los del barrio ya los conocía a todos.

Desde esa noche, también, el hombre comenzó a caminar distinto.

Más lento, más atento.

Con una libreta guardada en el bolsillo interno de su saco.

Y aunque algunos ahora lo llaman "el loco del traje", él nunca explica nada. Sólo anota.

Y a veces, cuando lo miran con temor y desconfianza, él se acerca amablemente y les dice:

-Perdón que te mire así pero, es que "tenés un agujero", ¿me dejás mirar?

Melina Marcos

Si te gustó este post, considera invitarle un cafecito al escritor

Comprar un cafecito

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión