a veces la vida nos regala amores que llegan como un soplo suave en medio del ruido, como una caricia inesperada en la piel cansada. uno aprende, entre temblores y suspiros, que el amor no siempre se queda: a veces florece y permanece, otras veces debe partir, dejando tras de sí un rastro de luz, una memoria tibia que nos sigue acompañando aun en la ausencia. pero incluso cuando el amor se va, queda la certeza de que merecemos ser amados. que hay ternura en nosotros, en la manera en que miramos, en cómo sostenemos con cuidado lo que nos importa, en la forma en que nuestras manos saben ser abrigo. la ternura nos habita como un secreto íntimo, como un río que nunca se seca, y es ese río el que nos recuerda que seguimos siendo dignos de amor, que el mundo también puede volver a regalarnos alguien con quien compartirlo. porque amar y dejar ir no nos vacía: nos enseña que estamos hechos de delicadeza, que aún en la pérdida podemos reconocernos suaves, humanos, capaces de ofrecer y recibir ternura y eso basta para seguir creyendo en el amor, aunque se disfrace de despedida.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión