Lo perdido en el bosque

Cuando no haya más hojas en estos árboles

será cuando más reprocharé y lamentaré haber dejado tu rostro

durmiendo en el claro redondo,

cuna de luces,

donde nos conocimos.

Los celestes afectos y las pintorescas conversaciones

vivirán en inviernos para nunca llegar a los veranos.

Nunca vimos la primavera, pero el otoño fue hermoso.

Cuando vea a los escarabajos moteados,

bien sabré que tú,

en algún otro bosque,

los estarás observando.

No habrá miedo a la quemadura del sol

o a la tierra en el zapato

o a las plantas con espinas

o a las aguas inhóspitas de los ríos.

No habrá miedos en ese bosque porque ahí vivirás tú.

Pero mis senderos son otros,

y mis bosques también,

y en los tuyos no hallo lugar.

La chispa que vivió entre nuestros ojos

queda labrada en la piedra del lago más profundo

para nunca ser olvidada,

y tallado en los troncos

el llamado tardío de los animales nocturnos

que se desearon, que se habitaron, que fuimos.

Dejo perdido en el bosque tu cuerpo y el amor tierno,

el fuego ambarino con el que mirabas la vida

y la noche cabellera que escondías con pintura de día.

Dejo perdido en el bosque el escozor

de la pintura que imaginamos

y a la que siempre le faltaba lienzo.

Dejo perdido en el bosque el tiempo,

el día o la noche que pudimos habernos sostenido,

tan solo, siquiera,

una única vez.

En los que raíz y tierra pudieron haber sido uno.

Dejo perdido en el bosque el ardor

de los besos que solo eran fantasmas,

que no se daban pero se sentían hasta la garganta.

Dejo perdido en el bosque el carbón encendido,

al cual pertenecía ese deseo, si acaso prohibido, ingobernable

de ser el viento de tus ramas,

el pez de tus corrientes,

el lobo de tus guaridas,

la lechuza de tus sueños.

Dejo perdido en el bosque lo que pudo ser,

para que busques,

para que encuentres

lo que sí será.