Lloran mis manos, al ritmo en el que lloran mis palabras.
Hace tiempo que las letras han tomado de rehén a mi espíritu.
Hoy lo reclamo como parte de mis poros, como dueño de mi romántico sentir.
Entonces, si decoro mi cuerpo con el color del mar, o si hago de mis ojos un bello amanecer ¿Por qué seco mis lágrimas?
¿Por qué sollozo al ver las lineas de mis manos? Si es de lo que estoy hecha.
¿Por qué escupo palabras cuando otros ojos me miran?
Y por qué no puedo entender la simpleza de los besos dados.
Veo mis labios, y tengo la ridícula ilusión de que en ellos se guardan pormas ajenos que se silencian en mi boca
¿Cómo puedo reclamarlos?
Ojalá alguien puediera conocerme de lejos; verme vulnerable y eufórica escribiendo en la soledad.
Poder escuchar mi voz y sentir su profundidad, que lleguen las caricias de mi lapiz y reposen en su rostro como si fuera un dulce vals.
Ésta catastrófica y dulce agonía de pensar que una no es de este mundo.
He vivido veinte años, y el sentimiento de que mi amor se expande más allá de mi cuerpo hecho mar, sigue siendo crudo y desesperante.
Escribir es lo más cercano que tengo para sentir que me toco el alma,
y si tan solo me lo permitieras,
si tan solo alguien llegara a tocar mi nombre, agotaría todo el carbón del mundo para intentar escribir una poesía
en el centro de su corazón.
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