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    Llevárselo muerto.

    Dolbach

    Aug 9, 2024

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    El anillo de enmedio.

    Juan se puso su traje negro.

    Normalmente acudía a esos asuntos con buen ánimo, era su modo de ganarse la vida, pero, ya no le hacía ninguna gracia.

    -No creo que debas ponerte así.

    -Tampoco crees que debes dejar de beber, pero tu hígado no deja de crecer.

    -Cambias de tema. Y me jodes. Yo solo intento ayudarte.

    -¿Bebiendo? Son las diez de la mañana.

    -Las diez y treinta cinco. Por cierto; vas a llegar tarde.

    -Y tú vas a llegar borracho.

    -Yo de aquí voy a mi cama, y ella sabe como cuidarme. Pero tú tienes una obligación.

    -Estoy harto de mis obligaciones. Voy a empezar a emborracharme cada día, como tú. Y que le den por culo a todo.

    -Tú no sabrías vivir como yo.

    -¿Hay que saber algo? ¿Qué méritos tienes?

    -Vas a llegar tarde.

    Llegó a tiempo.

    El tanatorio bullía. Doña Angelina Duende Leicera, nunca antes había tenido tanto éxito.

    Allí estaba, tras el cristal, en su lecho féretro. Flores alrededor, velas, un Cristo bien hermoso.

    Ella, maquillada pero pálida, amortajada con un vestido negro. Los pies tapados con terciopelo (desde esa perspectiva lo que se ve son las suelas de los zapatos, y queda feo). La cabeza con bordado velo. Pareciera dormir.

    Sus manos cruzadas con un enrollando rosario de cuentas de plata a juego con el tono de la piel . Pero no es eso lo que atrae la mirada de Juan.

    -Nunca me han gustado estos asuntos.

    -Morir no suele ser algo que guste a nadie.

    -Morir es de las cosas más necesarias de la vida.

    -Sí, pero es desagradable.

    -Como cagar... Antonio Esoyelas, yerno de la finada.

    -Juan Estrabón, juez de paz.

    En el bolsillo derecho de su chaqueta, Juan, juez de paz, lleva...

    Toquetea nervioso, una vez más. ¿Lo ha perdido? No, ahí está. Es una copia muy buena. Ha costado un dineral, pero merece la pena.

    Doña Angelina fue hace un año al despacho de Juan, quería dejar por escrito y de forma oficial algunas indicaciones al margen del testamento depositado en el notario.

    Entre la gente de postín de aquella ciudad era algo habitual. Excentricidades de ricos.

    -Este es el documento.

    -Pero, es una fortuna...

    -Sí, eso me dijo ella.

    -Es absurdo. Es como quemar billetes de quinientos.

    -Ya no se hacen de esos.

    -Lo sé, cada vez son más caros. ¡Menuda mierda!

    Doña Angelina quería que la enterraran con la joya. Era un regalo de de Don Gervasio Ernaldo, su esposo, que ya la esperaba en el cielo (al menos eso decía ella, aunque pocos de quienes le conocieron dudaban de que estaría purgando maldades en el infierno).

    -¿No se puede evitar?

    -Me temo que no. De hecho, para eso estoy yo aquí. He de certificar que sucede como ella dispuso.

    -Pues es una mierda. Veremos como reparte el resto en su testamento. La vieja era un mal bicho.

    -Si me disculpa...

    Juan iba pasando de familiar en familiar y todos mostraban el mismo cariño por la muerta e idéntico interés por su legado. Eso tranquilizó mucho su ánimo.

    En el despacho del gerente de la funeraria, Don Sixto Lucierbaga, al que ya conocía de muchas otras ocasiones, Juan explicó el caso.

    -Será un momento. Justo antes de cerrar el ataúd.

    -Sí, como de costumbre.

    -No hay que cambiar lo que funciona.

    -¿Tienes lo mío?

    El gerente cerró la cortina cuando los deudos decidieron que ya se habían despedido bastante.

    Juan entró a la pequeña sala. Olía a la habitual mezcla de flores, cera y cadáver.

    Buscó en su bolsillo la copia falsa.

    Siempre llevaba un spray de Tres en uno para estos asuntos.

    Porque nunca se sabe.

    Vale.

    Dolbach

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