Llamarada de un 29 de Abril.

Alguna vez soñé con nadar en la magia de tu lago verde agua y cristalino, pero repentinamente el paraíso se convirtió en una perfecta tormenta solar. ¿Es que nuestra llama fue tan fuerte que me grabó a fuego? Incendiado el prado fértil, los destellos de la combustión seguían siendo poéticos. 

Aún así, daría lo que fuera por dejar prescripto nuestro pasado caótico y volvernos a conocer. Empezar de cero. Como un diario nuevo, con hojas blancas que prometen tener una historia inédita. Sin manchas de explosiones de tinta ni páginas arrancadas. Sin fantasmas que nos atormenten ni guerras precedentes. 

Siempre te prometí frescos comienzos pero todos terminaron en reiterados homicidios sangrientos de culpa grave mutua intercalada. Ahora cada veintinueve te escribo, porque todo lo que amaba me fue arrebatado y es la única manera de reconstruir el rompecabezas de recuerdos de la época dorada del castillo soñado que se volvió un manicomio. Las promesas inconclusas son golpes sin piedad de boxeador en la boca del estómago que me incitan al vómito de cadenas hechas de palabras angustiantes. Y la mano con la que te escribo una antología de mis más desgarradores fragmentos sigue siendo la misma con la que alguna vez tallé nuestras iniciales dentro de un corazón flechado en cada lugar vacío que quedaba a mi merced con el anhelo de vivenciar un romance idílico que nos tuviera de protagonistas. 

El alma está hecha de partituras, pero… ¿qué notas suenan en tu corazón?, y ¿qué suena cuando pensas en mí? ¿Es tarde para revertir la marcha fúnebre y volverla una balada dulce? Tantas preguntas, tan pocas respuestas. Solo me queda mirar la llamarada en la que los manuscritos se queman y las brasas de color ámbar me amenazan con robarme las últimas páginas de mi poesía trágica.