Estoy aburrido.
No como quien bosteza
en la fila del supermercado
sino como si alguien hubiera apagado
la luz en una casa que ya no recuerdo.
Me planteo cada segundo
si elegí el sendero correcto,
si acaso era este
el bosque por el que debía perderme.
Quiero otra vida,
la anhelo con una sed
que a veces confundo con hambre,
con sueño, con deseo de que algo
me arrastre hacia otra versión de mí.
Pero tengo miedo.
Miedo real.
Como el que se tiene cuando suena el teléfono
a las tres de la mañana
y uno sabe
que nadie llama a esa hora con buenas noticias.
Estoy atado.
Al dinero que llega con el frío,
a los preconceptos sembrados con amor,
como quien planta ortigas en el patio
sin saber que van a crecer.
Mis padres no quisieron lastimarme.
Sólo intentaron protegerme
del mundo que a ellos los mordió primero.
A veces me siento
como en una mala película de terror:
soy la rubia que muere primero
o el negro que muere segundo,
da lo mismo.
Siempre muero antes de entender la trama.
Ojalá fuera fácil,
poder vivir con menos.
Un mate,
una mesa vacía,
una ventana sin rejas.
Estoy en pausa.
Como un animal que espera
la orden para correr o quedarse quieto.
Y mientras tanto
la vida pasa a mi lado
con la misma indiferencia
con la que el viento cruza la ropa tendida.
Necesito ser liviano.
No como el papel
sino como el que por fin
decide dejar de cargar
las cosas que no son suyas.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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