Me senté a escribir en la pc. Hace años que no lo hago. Voy de vuelta, me senté a escribir en la PC, lo repito para que se entienda. Es que muchas veces en los últimos días hice ese ejercicio. Pero siempre fue bajando anotaciones viejas que tenía en algún cuaderno. Me regalé un poco con la poesía, fue una etapa divertida de mi vida; "poeta". Leí mitología griega, me reencontré con Borges, leí una coreana que me voló la cabeza. Solemos nombrar a los asiáticos con su gentilicio, estimo que por la dificultad que suelen tener sus apellidos. En este caso, la autora ganó un nobel y para mí es la coreana. Han Kang se llama. Le escribe a la muerte. Va, eso entendí yo. Últimamente siento que la muerte está muy presente en los textos que leo.
Pero les estaba contando que me senté a escribir en la pc. Volví a escuchar el sonido de las teclas del teclado (redundancia necesaria) con su melodía que resuena a máquina de escribir. Hice ese ejercicio que suelo hacer cuando estoy bloqueado. Cerré los ojos y dejé que mis manos caminen libres por el teclado. Me gusta sentir el ritmo del texto fluir por mis dedos y llegar al teclado. Es como si tocara un piano. Debe ser mi músico frustrado interior intentando rescatar alguna armonía en el aire. No lo logro.
Creo que estoy haciendo una especie de monólogo interno. Creo, no sé. Nunca estudié el arte de escribir. De más chico por rebelde, de grande por falta de tiempo. Soy periodista, así que estudié algo de escritura en realidad. Pero el género es distinto. La verdad, escribo buscando una substancia en la vida. Porque estoy todo el día en la calle. Entonces están los árboles, los pájaros, el sol, las nubes, los atardeceres. También están los tacheros, los micreros, los arbolitos de 7, los cortes de calle. Están las veterinarias, los nenes de la mano con los padres yendo a ver su gato enfermo. Están las salidas de los colegios y una nena corriendo entre risas a los brazos de su viejo.
Están las plazas, los hombres trajeados, las mujeres maquilladas. Están los encuentros, las discusiones por celular, la gente llorando desconsolada. También la 72 a las seis de la tarde con su rambla entregada al atardecer, tiñéndose de rosa anaranjado. Están los días de niebla, las tardes nubladas, las mañanas frescas, las madrugadas densas, el parque Castelli. Está, también, la desolación de un adiós mentiroso tiritando en mi celular. El despertador, que marca a las 7:30 AM el inicio de un nuevo día. Estás vos. Lejos.
No sé que escribí, seguramente algo indigno de publicar. Algo denso de leer. Pero hermoso. Porque llegué a la conclusión que el futuro está perdido. El que no se lo regaló a la IA, lo vendió por dos pesos a la cruel necesidad que impone el capitalismo. No hay oficios, no hay arte, no hay Dios. La cultura posmoderna se licuó tanto que terminó perdiendo su forma, su substancia. Entonces me siento en la obligación de escribir. Aunque sea denso, aunque quede como un pelotudo peleando contra molinos de viento. Sigo buscando lo que ya encontré: darme cuenta que alguien toca la guitarra porque veo una púa en su habitación teniendo la viola justo debajo de mis pies.
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