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    Hay una estrecha relación entre el sol y las sombras. Ambos se mueven constantemente como si fuera un baile coordinado de la naturaleza. Pero yo fui testigo de algo asombroso.

    Dos pequeñas sombras hacían gestos raros. Gestos que los dueños de las mismas no hacían pero tampoco lo notaban.

    Las sombras estaban cansadas de tener que ser chiquitas por el capricho del sol. Idearon un plan. Irían a la playa más lejana. Esa que está en los confines de la tierra y se esconderían en alguna cueva. Por supuesto las otras sombras no lo sabrían porque hubiera sido un gran revuelo y las consecuencias terribles.

    Llegó el momento.

    Ambas sombras escaparon temprano a la mañana emprendiendo viaje a lo que ellas pensaban que era su libertad. Llegaron bastante rápido y no les costo nada encontrar una cueva. “este será nuestro hogar” dijeron al unísono. Y así pasaron el primer día, ordenando lo que sería su hogar. Pero a medida que caía el sol se daban cuenta que la cueva era más oscura y sus formas se iban deformando. A pesar del esfuerzo al rato desaparecieron.

    Al otro día volvieron a aparecer. “¡Qué susto!” Dijo una “yo pensé que no volvía” dijo la otra. “tal vez nos equivocamos. La libertad no puede estar en esta cueva qué nos saca nuestra esencia. “Además somos la sombra de dos personas y eso da sentido a nuestra existencia”.

    El sol ese día los iluminó más fuerte que nunca. Sintieron que realmente estaban cumpliendo con su trabajo. Estaban orgullosas. ¿Por qué? Porque descubrieron que la libertad no es hacer lo que uno quiere sino es poder imaginar y jugar con sus cabeza.

    María Eugenía Gaozza

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