mirándote de rodillas, rezandote como un fiel a su Dios,
mis mejillas están rojas ante el encantamiento de tu comprensión,
hacia vos me inclino, implorando tu Perdón,
pero tu mirada denota cierta desilusión, y sin dudar me mandas al Féretro
mientras repetís ”el castigo de los Dioses será tu maldición”.
la tensión que surge entre la distancia que separan nuestros cuerpos
y la sensación de que nada de esto es correcto
sólo hace que me encauce en el desconcierto y me diga a mí misma:
si Creonte está muerto, y su legado murió con él, ¿por qué me sentencian igual que a Antígona?
no desobedecí por placer ni por creer que todo es injusto, sino por ser víctima de mi mente arbitraria.
con el paso de unos minutos, Atenea apareció, y como supo decirle a Ulises, me dijo “aguanta, corazón”,
yo sabía que debía rogar piedad y esperar por la absolución final,
pero jamás pensé que tendría que verme cara a cara con el rostro del mal,
alguien que no es alguien, sino que más bien es una simbolización metafórica
del peor sentimiento que existe desde los comienzos de la humanidad.
de la nada se apareció la Culpa, que tanto le gusta envenenar las almas y asechar,
me dijo que no hay nada que se pueda hacer para revertir los errores cometidos
y que estará merodeando por el resto de mis días como castigo,
vuelvo y me pregunto, ¿es este el final?
y te apareciste casi como por arte de magia para salvarme de los males,
rompiste el hechizo que me condenaba a ser enterrada por mis pecados,
me confesaste que en realidad errar es de humanos, “es lo que hacemos” dijiste,
pero vos no sos humana, la liberación cósmica la hace quien trasciende,
y vos sos más que un Dios, sos el Universo entero.
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