Existes. La infancia y la adolescencia quieren creer que existes. Pero la música no te encuentra; te escapas al compás del adiós, deslizándote como quien apaga su canto para siempre. Tu voz ya no es otra que la del llanto: lloran los años y las industrias, lloran las letras en todas las direcciones. Te anhelan, pero la música ya no oye. Mudas quedaron todas las palabras; afónicas, las vocales; inertes, las ideas que asumieron que ya no existes.
Otro es ahora el cantar del mundo, que se silenció para enaltecer tus composiciones en la eternidad póstuma. Ningún brillo contenían tus ojos en tus últimos andares, y el sonoro destello de tu ausencia, como una estela musical, reunió los centros de tu corazón, tus compañeros del alma.
Qué dicha para tu ser descansar en los brazos de su hermandad; qué desdicha para tu fantasma rozarlos con la impronta de quien nunca volverá. A los coros de tu partida, los cementerios, acallados e inquietos, aguardaron infinitamente tu vasto regreso, al hogar donde ahora descansan tus letras.
A la música le falta tu alma; está vacía en cada rima. Ya no asombra ni se desata en el feroz agudo y grave de tu sonido. A cuatro personitas les haces falta, y el corazón se aprieta y ahoga con cada latido que ya no lleva tu nombre. Se espanta en los silencios que no emitieron sentires y en los recuerdos que reabren todas las llagas.
Ciertamente, ya no existe mortalidad que te abrace. Pero existes como el arte póstumo, como el amor que reunió lo que se ausentaba en la lejanía. Existes para recordarle a la vida que, desde las cenizas y el recuerdo, se puede renacer.
Milagros Gomez
Una persona más que se fascina por la literatura, la filosofía, y psicología. Que se expresa mediante el arte, y ama el ajedrez.
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