Lectores.

...

Una mitad de mí.

Como tantas, aquella mañana.

Desprecié mi vida el rato acostumbrado, hasta que advertí lo despreciable de todas y cada una de las vidas que me rodeaban y rodeaban a cada quien de los demás.

Lo habitual en todo despertar.

No me gusta dejar el mundo de la consciencia dormida.

Mis sueños son cada vez más extraños, menos pesadilla y más inexplicables. No recuerdo la mayoría de ellos, pero sí atiendo a la sensación que me produce vivir cada noche ese mundo que desde lo racional no alcanzo.

Soy también yo, pero creo que no me conozco. Quizás sea ahí donde soy el que soy, sin prejuicios ni disimulos.

Me levanté tras el habitual largo rato de meditación, observar el cuadrante del cielo que permite mi ventana, leer algunas noticias y otras sandeces en el teléfono enciclopedia, y por necesitar un eficiente vaciado de los deshechos interiores.

Lo decidido la noche anterior no servía para nada, así que, improvisé un hacer para los siguientes pasos.

Salí al frío y caminé calle arriba hacia donde más gente pulula. Extraño, pues soy de huir del ganado.

La biblioteca.

Entré. Me apetecía su calor y su ambiente calmado.

Cogí un libro de la sección de los libros raros.

Fue a partir de ese momento que...

Miré al pasado cuando todavía no había llegado allí, y claro, todo estaba difuso, como cuando se sueña con un mañana en el que se ha estado adormilado. Sé que suena extraño.

La cosa es que, si miras detrás de la Luna cuando está nueva, todo brilla, y hasta huele a lo que huele el adentro de un coche recién comprado.

Pues resulta que allí, en el pasado en el que no había estado, las grullas grulleaban en francés y los cuervos volaban de espaldas. También vi un operario de ayuntamiento que era feliz haciendo su trabajo.

Supe al momento que me había equivocado de pastilla.

Y vuelvo ahora de ayer, y hoy tampoco ha llegado. Se ve que adelanto.

A ver mañana si el yo que sueña no se despierta tan temprano.

Vale.

A Perico