...
Dos miradas.
Era una iglesia de pueblo. (La lógica se impone: yo estaba en un pueblo. Supongo que en las ciudades no hay iglesias de pueblo).
Iglesia de viejos y anchos muros de piedra y sillería, de entrada grande, escalinata, patio y torre con campanario.
Entré porque cuando vas a un pueblo es eso lo que se hace si la encuentras abierta. Por cierto que ya no suele suceder así. Las iglesias tienden a estar cerradas en los pueblos, por miedo a los robos, y en las ciudades te cobran por entrar de visita si son lugares de algún mérito.
¡Ay, Señor!
Dios no debe estar muy contento con su emporio inmobiliario.
Entré al templo. Oscuro y tétrico. Me encanta que sea así.
Mis ojos se adaptaron a la diferencia lumínica con el exterior y poco a poco comencé a apreciar los detalles:
Alta y delgada como su madre. Dos hileras de columnas dividían el espacio en tres naves. Seis capillas laterales. Un altar con retablo barroco. Coro al fondo y rosetón típico.
Se camina despacio en suelo santo. Observando cada rincón, cada detalle, cada imagen.
Nuestra Señora de las Candelas con su niño en brazos, su vela y su paloma. Una tórtola. Desde Canarias a estas tierras peninsulares de interior. Y a toda Sudamericana. Para las vírgenes no hay fronteras.
En su cepillo, unas tristes siete monedas.
El montante total del golpe eclesial ascendió a veintisiete euros. Me apañó la tarde, pero yo esperaba algo más de sustancia.
La devoción merma en generosidad.
Recuerdo no hace tanto, aunque ya hace, algunas requisas de más de cien monedas gordas. Céntimos aparte.
Ya no hay caridad.
Quizás ustedes, lectores de laxo juicio, me tomen por un ladrón, pero atiendan a mi punto de vista:
¿Para qué se echa dinero en los cepillos santorales? Para, mediante la generosidad hacia quien menos tiene, ganarse el perdón y el cielo.
Pues eso. Yo ayudo con mi labor y mi posición de necesitado, a que las almas generosas encuentren su camino al paraíso.
Sé, no obstante, que los curas y la Guardia Civil lo ven de otro modo. Y de ello he de cuidarme.
Vale.
A Susana.
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