A veces quisiera volver a ser esa niña
que creía que el abrazo de su madre
podía curar cualquier herida,
incluso las que aún no conocía.
A veces solo desearía volver a ser esa niña,
escondida entre las costillas de su madre,
porque hay días en los que me siento tan frágil
que hasta el soplo del viento podría derrumbarme.
Cuando era chica, creía que el mundo era justo
y que nadie se iba para siempre.
Pensaba que llorar en silencio era un idioma
que los adultos sabían traducir.
Pero ahora solo escucho mi propio eco,
respondiéndome con más vacío.
Y yo me pregunto si merezco tanto dolor,
o si simplemente nací con un alma
demasiado blanda
para este mundo que arrasa
sin mirar a quién hiere.
A veces me duele hasta una despedida pequeña,
una mirada que no se detiene,
una puerta que no se abre.
Y me siento ridícula
por sentir tanto
en un mundo que siente tan poco.
Me siento desdichada, perdida,
y completamente marginada,
hasta de Dios, si eso es siquiera posible.
Tal vez me hace sufrir por cuestionar su existencia,
o tal vez es obra del universo,
que no sabe darme lo que tanto deseo.
Si es que existe un Dios,
¿por qué me dio esta piel tan delgada,
esta fe tan quebradiza,
y este amor tan inmenso
que no sabe a quién confiarse sin perderse?
No lo sé. Pero así me siento.
Quizás estoy exagerando,
quizás solo me estoy dejando consumir.
Pero…
¿cómo puedo ser feliz
si todo lo que amé
se ha ido?
Tal vez no nací para este mundo,
o tal vez aún no encontré el rincón
donde todo esto que soy
no sea demasiado.
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