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    Las uvas tienen la misma sangre que nosotros

    Abr 14, 2025

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    Las uvas tienen la misma sangre que nosotros
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    En el patio de la abuela, a los doce años,

    partimos una naranja con manos temblorosas.

    El jugo corría entre tus dedos como un secreto,

    y yo lamía tu muñeca bajo el sol de La Escondida:

    «Somos gemelos de otra vida», dijiste,

    mientras las moscas zumbaban en la mermelada del verano.

     

    El pueblo respiraba cotilleos en cada tendedero.

    Nos vigilaban los rosales, las viejas de misa diaria,

    y el río que guardaba nuestras ropas empapadas de enero.

    Tú me enseñaste a reír en lengua de gatos en celo,

    a morder duraznos hasta encontrar el hueso agrio,

    a llamar «oración» al jadeo entre los trigales.

     

    Madreábamos la misma locura en vasos de jarabe:

    tus ojos color aceituna podrida, mis uñas

    marcando cruces en tu espalda durante el sermón.

    «Dios nos hizo del mismo barro», murmurabas,

    y el viento movía las cortinas como lenguas ancianas.

    Aprendimos a besar con la ferocidad de quien excava

    una fosa con los dientes: sabíamos que el pecado

    era solo otro nombre para el hambre.

     

    Por las noches, tejíamos collares con semillas venenosas

    y contábamos las grietas en el yeso de mi habitación.

    Tus piernas eran ramas de rudas quebradas

    sobre mis sábanas, y el reloj de la cocina

    golpeaba como un corazón enterrado en cal.

    El pueblo olía a leña y a miedo fermentado.

     

    Ahora, a los treinta, me ofreces anillos de hueso de liebres

    y me lavas el pelo con vinagre y saliva de monte.

    Las vecinas susurran que compartimos hasta los piojos,

    pero nosotros coleccionamos cicatrices como si fueran

    promesas bautismales. «El infierno huele a pan recién hecho»,

    dices, mientras arrancamos malvas en el cementerio.

     

    Nadie entiende que este amor es solo un espejo roto

    donde la misma cara sangra por dos heridas.

    Cuando toco tu ombligo, encuentro la huella

    de todas las generaciones que nos cosieron con hilo

    de araña y saliva. Moriremos abrazados

    como raíces de un árbol que devora su propia sombra.

    Giovanni Battista Manassero

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