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Las sonrisas que huelen a azufre.

Dec 27, 2025

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Las sonrisas que huelen a azufre.
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Hay noches que no caen: muerden.
Y el mordisco es lento, casi ritual, como si una boca antigua se empeñara en roer la parte exacta donde guardás los naufragios. No te dejes comer, murmura algo, voz o brasa, desde el fondo de tu sombra, como quien avisa sin gritar.

Hay presencias, caras, nombres, recuerdos con perfume de milagro, que saben esconder el precipicio detrás de una sonrisa tibia. Te piden tu paz como quien pide fuego, pero lo que buscan es ceniza. No confundas la mano tendida con la llave del calabozo.
Detrás del gesto amable siempre puede haber perros flacos esperando el derrumbe, buitres que cuentan el número de tus costillas, cerdos que celebran la fragilidad ajena como si la miseria fuera vino.

No les entregues el poder.
Porque una vez cedido, el poder aprende tu nombre y ya no lo devuelve.

Los miedos, esos relojes rotos que siempre dan la misma hora, entran primero en sueños, tanteando la puerta como ladrones con guantes. Te recuerdan golpes que jurabas olvidados, palabras que sangran aunque ya no tengan sonido, silencios capaces de oxidar la voz. No les regales tu eco. Ellos prosperan cuando dudás de tu propio pulso.

Y sin embargo, vuelven.
Siempre vuelven.
Preparan banquetes en tu ausencia, mesas largas donde brindan por tu caída anticipada. Te conceden un respiro apenas para escuchar cómo respirás, y luego avanzan con la paciencia de la humedad en las paredes.

No los dejes gobernar.
Gobernar es decidir quién sos cuando nadie mira.
Y hay coronas que parecen livianas hasta que se apoyan en la nuca. Recuerda que cada miedo sueña con ser altar, cada tristeza quiere estatua, cada sombra exige una vela.

No les sostengas la llama.

Guardá una chispa mínima, pero tuya, para cuando el viento apague todo. Una luz que te pronuncie incluso si olvidás el nombre. Que nadie mastique tu alma, ni siquiera tu reflejo distorsionado por la nostalgia.

Porque cuando los buitres giren, lentamente, como relojes que piensan, cuando los perros ladren esperando tu rodilla en la tierra, cuando los cerdos levanten sus copas manchadas,
vos podés quedarte de pie.

Pequeño, sí. Pero encendido.

Como una luciérnaga obstinada que atraviesa el humo sin pedir permiso.
Como una luz que corta la garganta de la noche.

Y ahí, recién ahí, entenderás, entendere, entenderemos: Mientras guardes una llama para vos, nadie podrá comerte entero.

Nicolás

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