De ellas y de mi
Abr 24, 2025
A veces pienso en mi abuela y siento tristeza.
No porque se haya ido, sino porque la tengo,
y sé que el tiempo es un visitante que no se queda a dormir.
La miro y la abrazo un poco más fuerte,
como si mi cuerpo pudiera decirle lo que no siempre sé decir con palabras.
Es amor, es cuidado, es miedo a perder.
Es esa sensación de que la ternura más pura
vive en su voz, en sus manos, en su forma de mirar.
Mi mamá.
La vi resistir más de lo que un cuerpo debería resistir.
La vi tragarse el llanto, cerrar puertas,
hacer de la dureza una armadura.
Y mientras crecía, sin saberlo, me enseñó todo.
Me hizo ver que uno puede ser fuerte sin dejar de ser sensible.
Y también está él.
Mi papá.
El que no estuvo. El que un día dejó de aparecer.
A veces me pregunto si por eso me hice así:
cerrado al principio, frío, duro.
Como si su ausencia me hubiese enseñado
a no esperar demasiado de nadie.
Pero ahora lloro, ahora me abro.
Quizás lo estoy perdonando.
Quizás entender que se fue también me hizo quedarme más fuerte para los que sí se quedaron.
Tal vez ser sensible no sea una herida, sino una herencia.
Una forma de honrar lo que viví.
Una manera de decir: gracias.
A las que se quedaron.
Y también, en silencio, un adiós al que se fue.
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