La mujer ideal
Los tacos parecían cantar mientras caminaba por las calles de la ciudad. Muchos hombres consideraban como una cualidad de la mujer ideal ese choque del taco chino contra el suelo. Cumplía con los requisitos que el mundo esperaba de una mujer perfecta. El azul intenso de su vestido brillaba bajo el sol cálido de la tarde. Sus rizos, a lo Gia Carangi, le llegaban a los hombros, y su maquillaje destacaba sus mejores facciones. Era la mujer ideal, la que cualquier revista habría elegido.
Sin embargo, el mes pasado quiso comprar una lata de gaseosa en un kiosko. Al pagarle a la vendedora, el dueño salió del fondo del local con un walkman que colgaba de su pantalón; era un viejo arrugado, con el ceño fruncido, que le dijo que no podía comprar allí y la echó, mirándola alejarse con indignación. A inicios de mes, quiso comprarse un vestido a lunares amarillos que vio de camino al trabajo, pero la vendedora le dijo que estaba segura de que para su talle no había, que los vestidos eran para mujeres. Y, la semana pasada, al volver a su barrio, decidió no llevar sus rizos estilizados, ni su mejor maquillaje, ni su vestido azul. Por la noche prefería no salir, porque no sabía si volvería.
Mientras caminaba por la calle con sus anteojos negros de carey, se miraba en los reflejos de los locales. Miraba su ropa, sus piernas, sus tacos, su cuerpo. Esa era ella. Una mujer caminando, pasando locales, viendo tiendas. Llevaba auriculares y un walkman igual a la del viejo que la había echado del kiosko. El sol iluminaba la cruz del rosario que colgaba de su cuello. Y aun así, al mirar los reflejos en las vitrinas, sentía que el mundo la observaba y no la reconocía; que le faltaba el último certificado: el permiso para que la aceptaran, para que la traten como mujer, para que la reconocieran como persona.
Cada paso por la calle, cada vestido que cosía con la vieja máquina de su madre, cada peinado sacado de las revistas era una oración: un ruego para que la humanidad creyera en su existencia. El rechazo social era un sermón que le recordaba que, incluso siendo ella misma, debía suplicar que tuvieran fe en su ser.
Se miró a los ojos que le devolvía el espejo. Caía la noche y el departamento estaba oscuro, iluminado solo por la luz de los faroles de la calle. Recordó cuando fue echada, rechazada y golpeada a cablazos porque su padre la encontró a los 16 usando una falda de su hermana.
—Dios, vos sabés quién soy… ¿por qué debo rogar para que entiendan que soy mujer?
Nadie respondió. Y aun así, comprendió algo que compartía algo con un dios: rogar para que la gente tuviera fe en su ser.
La niña
Mariana es mi mejor amiga. Nos conocemos desde chiquitas.
Cuando íbamos al jardín, fue la primera en tener novio. Fue un revuelo cuando se dieron la mano a la hora de la merienda. Ella siempre fue muy bonita. En la secundaria nos hicimos mejores amigas y nos contábamos todo.
Ella siempre venía a mi casa. Yo dejé de ir a la suya cuando teníamos diez años. Esa noche planeamos una pijamada, ya que su mamá no estaba; para nuestra suerte, nos dejó pizzas congeladas. Ella se puso a prender el horno y yo fui a su pieza a ponerme el pijama. La casa era vieja y su habitación olía a humedad. Se notaba que habían intentado rasquetear el moho del techo sin mucho éxito. Las paredes eran de un fucsia gastado y parecía que no se habían pintado hacía tiempo. Las sábanas eran de Barbie y, en el respaldar de madera, estaban pegados muchos papelitos que decían “Soy feliz” y “Voy a tener una muy buena vida”. Sobre la colcha había un libro que se llamaba En búsqueda de la felicidad. Nunca supe si lo pudo terminar.
Continuamos con el “Pizza Party”, escuchamos nuestros CD’s de los Backstreet Boys y nos reímos, hasta que de la nada llegó su papá: un hombre robusto y de aspecto descuidado. Me incomodé apenas lo vi, porque, según Mariana, olía a alcohol.
—Levantate ese bretel del corpiño —dijo—. ¿O querés andar provocando a los pajeros de tus compañeros? Y no te hagas la ofendida contándole a tu mamá que te dije eso.
Mariana se levantó rápidamente el bretel. No dijimos nada y el hombre se fue a su habitación. Desde ese día no me dejaron volver a su casa.
Cuando teníamos once, nos fuimos de vacaciones con mi familia. Mariana vacacionaba en el mismo lugar, así que un día nos encontramos en la playa. Me contó que le había pasado algo horrible: un hombre se acercó a molestarla mientras jugaba en las olas. Me dijo que se había asustado mucho. Desde ese día, iba a la playa con short y remera. Su madre no le creyó; decía que era exagerada. Esa noche me dijo que estaba enojada con Dios, porque le había pedido mil veces que la gente la dejara en paz, que no hablaran de su cuerpo.
A los doce, me daba un poco de celos que todos los chicos estuvieran enamorados de ella. Siempre venían a hablarle y le regalaban cosas. El chico que me gustaba dijo que yo era un cuatro y ella un cien, más que nada por su pecho. A partir de ese momento, muchas chicas la criticaban y decían que usaba rellenos, que salía con todos los chicos y que era una “cualqui”. Los chicos también hacían comentarios sobre su cuerpo, hasta dejarla mal frente a todo el salón. A Mariana le afectaba mucho; intentaba defenderse, pero los daños ya estaban hechos.
Ese día, a la salida del colegio, una señora le dijo a la maestra: “Nos vemos mañana, si Dios quiere”. Mariana me dijo: “Dios no existe”.
Hoy tenemos lengua y Mariana no vino. Tenía que devolverle el libro que me prestó para la materia. Hojeando en clase, encontré una carta que decía:
“Mi mayor pecado fue nacer mujer”
Leí esas palabras y comprendí que cada vez que Mariana ruega para que la vean como una niña y no como un objeto, está haciendo lo que un dios haría si tuviera que rogar para que crean en su existencia.
La esposa
Era una tarde de primavera. Ale, mi hija, y su amiga estaban haciendo una tarea para la clase de Salud y Adolescencia. En el televisor pasaban que se realizaría otra marcha tras el femicidio de una joven de La Plata.
— ¿Qué tienen que hacer?
— Es una tarea sobre la violencia la pareja, o algo así.
Mientras las veía escribiendo sobre la cartulina amarilla, no pude evitar recordar algunos momentos de mi vida.
Mamá solía venir cansada del trabajo, siempre llegaba con bolsas de telas para seguir trabajando con la máquina de coser en casa. Sus brazos estaban cansados. Ese día el colectivo tardó en llegar porque había paro. Yo me encargué de hacer las compras, limpiar y cocinar la cena. Papá llegaba alrededor de las 15 y se ponía a ver la tele. Vedettes actuando como niñas, hombres que se reían de sus acciones inocentes y tintes atrevidos, el toque juguetón. Papá reía a carcajadas. Cuando mamá llegó papá la miró sin expresión. La cuestionó por haber llegado tarde. Se acercó peligrosamente y la acusó de haberse quedado con su compañero de trabajo. Le lanzó un golpe en la cabeza que él llamaba “cortito”, ya que para él eso no era violencia. Se fue para la habitación y mamá se tiró en el sillón, cansada. Yo intenté ir a buscarlo para defenderla, pero mamá me agarró del brazo.
— ¿Por qué le perdonás que te trate como un animal, o incluso peor? — Porque lo amo. Es tu padre.
Cuando tenía 16 conocí a un chico que me enamoró. Era buen mozo, inteligente y trabajaba en una empresa de salud perteneciente a su padre. Nos conocimos en una confitería a la que íbamos con mis amigas, él estaba con sus amigos. Ese día me dio mi primer beso y mamá me dijo que él iba a ser el hombre más importante en mi vida.
Nos casamos a los 17. Él era muy bueno conmigo, me decía que no estudie ya que el podría mantenernos a mí y a nuestros hijos. Que él nos cuidaría. Yo tenía mucho miedo a tener hijos ya que me aterraba la idea de que me abandonara y quedar como mamá soltera. Pero él prometió cuidarme, amarme y respetarme por el resto de nuestras vidas.
Cuando cumplí los 18 tuve a Ale. El parto fue muy doloroso y casi termina con mi vida. No tuve tiempo para ver a mi bebita, ya que estaba bajo varios tratamientos médicos. Fue un período que me angustió mucho, me daba miedo ser mamá por primera vez. Él se encargó de cuidarla durante este tiempo. Todos los familiares lo felicitaban por ser un buen padre. Hasta que me dijo que no podía continuar con nuestra relación ya que necesitaba tiempo para él, que se ocupaba demasiado de la bebé y que yo no hacía nada. La noticia me enojó muchísimo, discutimos mientras estaba en la cama. Discutimos hasta que me lanzó el primer golpe. Se puso agresivo, sus ojos rojos. Le lanzó un puñetazo a la pared.
Y yo no sabía si debía seguir amándolo, ya que él me había jurado no abandonarme, él había sido mi primer beso, mi primera vez en todo.
La bebé me miraba con sus ojos grandes, sin entender lo que pasaba.
Él se fue de la casa. Su madre y su hermana me llamaron para decirme que era una mala madre, que no me ocupaba del bebé y que una madre debe dar su vida, no importa lo mal de salud que esté. Conté lo que pasó, pero su madre me dijo que eran excusas y que no me iba a salir con la mía.
Él no podía abandonarme, yo lo amaba. Cuando volvió me juró que no sabía que le pasaba, que estaba estresado por el trabajo. Volvimos a estar juntos. Pero cuando empecé a trabajar, me dijo que no valía la pena. Que estaba loca por dejar a la bebé. La discusión escaló hasta los temas económicos y terminó cuando me lanzó un vaso, que no llegó a golpearme, pero se rompió en pedazos al chocar contra la pared.
Hablé con su hermana de nuevo, pero decía que estaba estresado y no era su culpa. Hablé con su madre y me dijo que él era así, que cuando estaba cansado se enojaba y que mejor lo respete y cuide a la bebé. Yo quería curarlo, así que hable con una psicóloga. Pero ella me dijo que era violento y que vivía en un ciclo de violencia. No le creí hasta que le pegó a mi hija por romper su cenicero.
Al final ser mujer es como ser un dios. Rogamos para que crean que nuestras palabras existan, para existir.
Si te gustó, podés visitar mi página https://lavarelascriptor.notion.site/Lara-Varela-2c288ceba7a980f38c44c79ca3b19446
Y ayudarme con un cafecito https://cafecito.app/lavarelascriptor
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.


Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión