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    las mujeres de mi familia

    ramiro#32

    Nov 11, 2024

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    las mujeres de mi familia
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    Amaia es jóven.

    Tiene dieciséis, trabaja en el campo con su abuela y sueña con conocer la gran ciudad. Está cansada de esta vida; no quiere trabajar, casarse o tener hijos.

    Está comiendo mientras su abuela mira el noticiero de la mañana. Al morder una tostada, una miga toca una de sus muelas podridas, provocándole una punzada de dolor. Amaia putea abajito y se levanta de la mesa.

    — No terminé —le dice la abuela—. Sentate, Amaia.

    A regañadientes, la muchacha vuelve a sentarse. Respira profundo y presiona su mejilla. Juguetea con la lengua, buscando el punto exacto del dolor.

    Le dolía algo.

    Sentía una incomodidad constante, pero nunca supo dónde tocar. Nunca entendió si eso que la incomodaba tenía arreglo. ¿Por qué habría de tenerlo, si ni siquiera podía decir qué era?

    La abuela le hace una seña y Amaia se levanta. Lava los platos en silencio. El detergente le irrita las picaduras donde las gallinas le habían atacado por robarles los huevos que comió en el desayuno.

    Siempre se había preguntado qué se sentiría tener a alguien que la sirviera: llegar de la escuela, aunque no sabía bien qué era eso, y encontrar la comida lista, la ropa limpia, el guardapolvo blanco, y el placard lleno de prendas para combinar con los zapatos oscuros que había visto que usaban los chicos de su edad.

    Cierra el gabinete y se va a poner la ropa vieja para empezar una nueva jornada en el campo.

    — Estás tremenda vos eh —la abuela tomó una varilla y le hizo amague como si le fuera a pegar, después se rió. — Ya necesitas una corrección, no escuchas cuando te hablo y todo el rato estás estirando la jeta.

    — Estoy cansada abuela, solo es eso.

    — ¿Cansada de qué? No haces nada Amaia.

    Amaia quería pegarle, quería pegarle en medio de la cara hasta que sea irreconocible pero no lo hizo, en cambio siguió jugueteando con la lengua hasta que vino otra puntada de dolor.

    — ¿Ya puedo irme?

    Detrás de vieja casa, había un enorme jardín repleto de frutas y verduras, y detrás de ese jardín, había un alambrado que separaba la casa del descampado y detrás de ese descampado, la ruta. La jóven, en sus tiempos libres, cuándo no tenía que cocinar, ayudar a parir a las hembras o lavar ropa, se rescostaba sobre la hierba descuidada y fantaseaba con escapar.

    — Sí, andate.

    ramiro

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