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    Las muelas del juicio

    Abr 24, 2025

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    Las muelas del juicio
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    Hace casi 10 años, me dolía existir. Respirar calaba hondo, y las palabras no dichas me cortaban la garganta. Pero sabía que necesitaba sentir algo distinto, aunque fuera fuerte, así que decidí sacarme las muelas del juicio.

    Fui al dentista y me sacó una placa de rayos X. Una de mis muelas venía con las raíces torcidas y en posición horizontal, lo que hizo que empujara mis dientes y los volviera a enchuecar. Eché a la basura los años con brackets por atravesar el duelo de una ruptura que se llevó a quien fui.

    Le pedí al dentista que usara menos anestesia porque no quería que me diera una reacción alérgica. Él dudó y me insistió: —Pero te va a doler demasiado—.

    —No me importa, prefiero eso a llenarme de granos purulentos —respondí.

    Accedió, no sin antes decirme que, si me dolía, le avisara para inyectarme más anestesia.

    Yo cerré los ojos, y en un piso del WTC —uno de los edificios más emblemáticos de la Ciudad de México— me entregué al dolor físico. Podía sentirlo todo: las pinzas y el bisturí. Mi cuerpo ansiaba sentir un dolor punzante en alguna parte diferente.

    Una lágrima resbaló por mi pómulo y, de nueva cuenta, el médico insistió en ponerme más anestesia.

    —No tiene por qué doler —dijo.

    Pero yo sí necesitaba que lo hiciera, así que cerré los ojos y me perdí en mi mente. Pude sentir cómo abrían mi encía, oí el aparato que rompió mi hueso y luego sentí cómo hizo palanca, luchando por casi una hora para sacar esa muela que tenía las raíces enroscadas.

    Cuando todo terminó, pude sentir el hueco en mi boca, el sabor a la sangre, las rodillas temblando y un dejo de alivio. Por un momento, había olvidado cómo era estar otra vez incompleta, sin esos molares que, a la gente como yo, no le sirven para nada: solo para enchuecar dientes, quitar espacio e incomodar.

    Así como ese sentimiento de una ausencia pálida que, cada tanto, me visita. No le pongo nombre porque no se trata de uno o de otro hombre; se trata de mí, perdiendo una parte mía que no sirve más que para remarcarme aquello que me arranqué, como si lo salvaje me diera calma en medio de una ciudad llena de gritos.

    Montserrat Peralta

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