... y, mucho antes, una especie de ameba sin cerebro.
Tiempo, todo es cuestión de tiempo.
En el mueso de Lurgadón, en la luna Arguidawah (sí, todavía se sigue llamando luna a los satélites planetarios), del planeta Quovadis (una broma de un prócer), Galaxia Limítrofe de Aquí, se puede hacer un recorrido por la historia evolutiva de las especies que se han ido sucediendo hasta llegar al estado actual del Ser.
El antiguo cerebro humano, masa encefálica, orgánica, gris feo, ocupa la mayor sala del edificio. Se considera que su importancia en el devenir es fundamental, de ahí el pormenorizado estudio y la exquisita muestra detallada de todas sus particularidades. La historia, a veces confusa, se puede contemplar paso a paso, con holográficas estampas, intercaladas por elementos reales.
Cerebros recreados de los primeros homínidos se adelantan en el tiempo a los verdaderos cerebros de ilustres humanos. Un tal Einstein, ocupa un preeminente lugar (su masa gris, claro, no todo él). También, se apunta, como muestra de lo contrario, el rugoso bulto informe perteneciente a una tal IDA, presidenta y ¿presidiaria? (demasiada información para transcribirla de memoria).
Los primeros ordenadores, computadoras se llamaron, son un evidente vestigio arcaico y rudimentario. Y los segundos, y los terceros.
No fue hasta bien entrado el ya lejano siglo XXI que se puede considerar lo cibernético como algo consustancial en sí mismo. Nuestra Lucy en el cielo.
Ahora, vamos camino de la no necesidad de sustancia física. Según la progresión de avance, esto será realidad en poco más de un lustro. Las máquinas harán todo necesario trabajo físico, como llevan haciendo los últimos siglos, pero es que será muy poco lo que haya que hacer.
Seguimos avanzando hacia la conquista de la totalidad del universo, pero cada vez es menos la interacción con el mismo. Pronto solo seremos energía y pensamiento.
Lo mismo es un aburrimiento.
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