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Las Juanas

Anahi#24

Jul 8, 2025

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Las Juanas
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Ese día, cómo todos los días a las 7 A.M., Juana abrió los ojos y se dispuso a iniciar su jornada. Tenía dos horas antes de que comenzara su horario de trabajo. Se hizo un café con leche y tostadas. Luego se dispuso a observar por la ventana el caminar de las personas que se dirigían a su trabajo. Unos minutos después, se detuvo en un gesto particular de la vecina de enfrente. Ella se bajaba la pollera insistentemente, como si le generara incomodidad el largo de la misma. Se acercó a la ventana y comprendió el porqué de la incomodidad. Unos hombres de la obra de al lado le estaban gritando cosas, eso que todavía algunos hombres denominan: piropos.

Con todo esto, Juana perdió la noción de la hora. Cuando miró su reloj, eran las 7 y 30 A.M. Buscó rápidamente en su guardarropa alguna prenda o total look que la hiciera ver linda, femenina y menor gorda. Todo lo que no era pero la sociedad avalaba.

Realizó 7 cambios de ropa, pero ninguna prenda era la indicada. Hasta que decidió ponerse el kit clásico anti-machismo de toda mujer joven: un pantalón negro (amplio para que no le marque ninguna imperfección) y musculosa negra para resguardar la sobriedad. Como accesorio, se puso unos lentes negros “protectores” haciendo juego y se dijo así misma: ¡Ahora sí soy invisible!

Mientras miraba por la ventana del colectivo, se topó con una publicidad de mallas. Era diciembre y las temperaturas ya llegaban a los 33 grados. De pronto, recordó ese verano, en esa playa, cuando sentía que todo el mundo la miraba. Claro, Juana iba siempre a la playa vestida.

Tocó el timbre del colectivo a las 8:50 A.M. Le restaban diez minutos para caminar las 7 cuadras que la separaban del trabajo. Eran las 9 A.M. en punto cuando Juana encendió su computadora, echó un vistazo de 360° veloz con la ilusión de que alguno de sus compañer@s ya estén ocupando sus sitios de trabajo. Juana seguía siendo muy inocente.

Minutos más tarde, se empezaron a escuchar ruidos provenientes de la oficina de su Jefe, Matías. Como no cesaban, decidió dirigirse hacia la oficina en cuestión. Golpeó, pero nadie respondió, golpeó otra vez y nada. Como una especie de reflejo, giró la vista hacia su escritorio y notó que había olvidado en la casa su abridor de sobres que hace las veces de cuchillo. Estaba sola y tenía que enfrentar la situación. Se dijo: Juana, ¡esta vez no podes quedarte quieta!

Cuando abrió la puerta, se encontró con una escena ¿conocida? El jefe,  estaba besando a la fuerza a su compañera Eva. Juana quedó perpleja, inmóvil y muda. Eva salió corriendo de la oficina y Matías le cerró la puerta en la cara. Mientras Eva lloraba sobre la mesa de la cocina, Juana trataba de servirle un vaso de agua. Sus manos no paraban de temblar, estaba más blanca que un papel. 

A las diez de la mañana, llegó Diego. Siempre puntual, pero una hora más tarde. Se justificaba argumentando que sufría de insomnio. Juana lo entendía, porque ¿quién no tiene insomnio hoy en día? Al encontrarse con Eva llorando y Juana temblando, Diego preguntó qué había sucedido. Eva corrió atravesando toda la oficina, agarró su mochila negra y se marchó. Un rato antes, le había ordenado a Juana que callara lo que había visto. Si bien Juana no le prometió nada, no pensó que Diego fuera el indicado para entender y creer lo sucedido. 

Diego era el típico hombre que actuaba como los demás hombres. En muchas ocasiones, le había recomendado a Juana que usara ropa más “apropiada” para concurrir a la oficina. Es decir, negra y holgada. Tal vez, de esa manera, no tentaría a su Jefe Matías y no se le notaría el sobrepeso. 

A las 17 P. M. Juana tomó su mochila negra y emprendió viaje hacia la parada de subte más cercana. Una hora más tarde, comenzaba su clase de Publicidad. Juana cursaba su último año de RR.PP.  en la Universidad de Palermo. Ya en el subte, pensó en distraerse y se puso a ver los mensajes del grupo de la carrera.  Allí se topó con el aviso de una compañera que advertía de lo peligrosas que estaban las calles aledañas a la Facu. La noche anterior le habían robado a ella y a otra compa. Ella la sacó barata, pero Victoria tenía toda la cara cortada. Juana apagó el celular.

La clase fue breve, un poco de teoría y el análisis de una publicidad de Axe, de como hace 10 años. Más de lo mismo: El hombre tiene que ser bien “macho” y la mujer no pensar demasiado. Cuando Juana se dio cuenta, ya estaba caminando, a paso firme, por las mismas calles peligrosas que sus compas le habían advertido en el grupo.

Cruzó una avenida y otra. Sólo le quedaba una por atravesar. Y fue, en ese mismísimo momento, cuando sintió que alguien le quitaba sus anteojos “protectores”. Sí, Juana usaba anteojos negros de noche, ¡también! Veinte minutos después, Juana se encontraba mirando fotos de su infancia en Mar del Plata. Al día siguiente, recurrió a la licencia por enfermedad para volver a la playa.

Cuando llegó, se compró sus medialunas preferidas, que son las preferidas de todo veraneante, y se sentó a observar el mar. Estaba vestida de negro (musculosa negra, pantalón negro, zapatillas negras, medias y hasta la campera negra). No tenía sus anteojos negros, ya que se los habían robado la noche anterior. Se recostó en la lona que le había hecho su mamá cuando era chiquita y se quedó dormida. En el sueño, vio a una mujer vestida de negro, que llevaba anteojos negros. De repente, la mujer se quitaba dichos anteojos y se le veían marcas y cortaduras en la cara. Se despertó sobresaltada y entendió todo. Esa mujer, ¡era su madre!

Tal vez, por eso la mayoría de las mujeres vestían de negro y usaban anteojos negros. Tal vez, todas tengan alguna cortadura o marca en la piel. Tal vez, había otras Juanas. Además de ella y su madre. Tal vez ahora lo podía ver, porque, por fin, le quitaron sus anteojos negros "protectores".

Anahi

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