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Las flores que nunca ven el sol

Nina

Jun 28, 2025

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Las flores que nunca ven el sol
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Es triste no ser la elegida. Siempre siendo un luego, nunca un ahora. Es triste sentarse a esperar a ser la primera y siempre ser la última, la que hay que elegir porque no queda otra. Es triste sentir que te desarmas por dentro, pero por fuera hay que mostrar una sonrisa, una mirada radiante de alguien que es capaz de comerse el mundo cuando es el mundo el que te devora cada día. La soledad es mi vieja amiga, la única que me acompaña esta tarde de primavera, una amiga que no elegí, que tampoco llamé, simplemente llegó porque ella acompaña a las almas como yo. Ella visita a todos aquellos que nunca son elegidos. 

¿Alguna vez te sentiste así? Rodeada de soledad, entre risas y amor y sin embargo, abrazada a la soledad como si fuera un ancla entre tanto ruido externo y tanto silencio interno. Estar desconectada de un mundo que no está preparado para corazones como el tuyo y sin embargo, abrazarte a vos misma y seguir. Levantarse cada mañana al amanecer y acostarse cada noche siempre de la misma manera: deseando ser la elegida.

A veces me gustaría preguntarle a la gente cuál es el manual, si hay alguna instrucción para seguir que a mí no me llegó al nacer porque los años pasan y los corazones se encuentran entre sí como imanes entre la multitud, pero yo sigo aquí… esperando. Ya ni siquiera sé qué es lo que espero, ya ni siquiera busco, solo me siento a esperar (por la simple costumbre que le tomé a la espera) en esta agonía que se va haciendo cada vez más larga, eterna, que nunca acaba. 

Si sos como yo, seguramente alguna vez pensaste que hay alguna maldición sobre nosotras. No tengo respuestas si viniste aquí a consultar tus dudas, yo también las tengo y nadie las responde. Dejé de preguntar, dejé de buscar respuestas porque ¿de qué sirve si del otro lado no hay respuestas?

Si sos como yo, seguramente tengas miedo, te está consumiendo el terror de que finalmente la soledad se cierne sobre tu alma y finalmente la termine de apagar porque de tanto sentarnos a esperar, querida amiga, nos estamos muriendo. Toda nuestra vitalidad se está agotando, estamos tan marchitas que ni siquiera el sol de esta nueva primavera que comienza nos va a poder revitalizar. 

Si sos como yo, seguramente diste tanto amor que siempre esperaste un poco de retribución y jamás lo recibiste. Así somos, querida amiga, damos más de lo que tenemos y nos quedamos en números negativos, pero a la hora de saldar deudas, ni siquiera hay un benefactor solidario que nos ayude. Un “hay que arremangarse y seguir porque es tu culpa de que estés así”, siempre las causantes del dolor, nunca las curitas que sanan. Siempre las que toman la fruta podrida y nunca las que tienen la mejor cosecha. 

Tú y yo, querida amiga, somos una canción que se hizo con amor, pero que nadie escuchó. Una melodía pasajera que pasó sin pena ni gloria porque existieron otras más alegres, otras más movidas, otras mejor vendidas. Ellas tan flores de jardín y nosotras tan maleza de campo. Somos esa hierba que molesta en un jardín perfecto y etéreo, somos como el diente de león, florecemos y nos hacen volar, y así pasa nuestra vida, sin ser recordadas por nada ni nadie.

¿Será nuestra culpa ser así? Siempre nos han dicho eso, ¿no? Cuántas veces te han dicho: estás así porque querés; sos muy exigente; buscar un ideal que no existe; tenes que ser así y no azá. ¿Cuántas noches te fuiste a dormir con la esperanza de que el sol salga más brillante mañana? Mañana, pasado, y el día siguiente, y el siguiente y los demás días que vendrán, pero jamás llega porque todas las tardes te encuentras acá sentada, en el banco que está reservado para nosotras. “Aquí yacen las flores que nunca ven el sol” dice la placa, para recordarte que vos sos esa flor, tan insignificante, tan marchita, tan falta de color. 

Querida amiga, siempre nos toca perder. Perder en un juego que no pedimos, al que jamás nos han enseñado a jugar. Un juego del que no se sabe cuál es el premio, pero sí qué castigo obtiene el que lo pierde: sentarse aquí a mendigar amor. 

Tú y yo somos parecidas, vamos por la vida anhelando y suspirando por algo que al parecer no nos está reservado. Caminamos por senderos que parecen ajenos y de los que jamás podemos salir. Siempre nos toca pagar los platos rotos que jamás rompimos. Nos toca convencernos que estamos bien así cuando vos y yo sabemos que es una vil mentira. 

Es triste no ser elegida. Ser la que siempre pierde la partida. La que se esmera por brillar, pero que siempre pasa desapercibida. La que busca las luces del reflector, pero siempre tiene que correrse para que los demás brillen. Somos quienes se encargan de subir y bajar el telón, porque siempre nos tocará estar tras bambalinas. 

Duele sentir que me marchito lentamente y que el frío hiela mi sangre, convirtiéndo en escarcha mi corazón. 

Es triste no ser elegida. Cumplir una condena que no es nuestra. Ser parte de una profecía que ya nadie recuerda. Entrar a un lugar y que nadie, absolutamente nadie, te mire. Ser la flor maltrecha que cortan en un jardín lleno de colores para que otras se luzcan mejor, para no estropear la vista del paisaje. Sentir que vivimos en un mundo ajeno, un cuerpo que no nos pertenece. 

Querida amiga, duele no ser la elegida, pero mucho más duele sentir porque no importaría si no somos elegidas, lo que importa es que eso duele, quema y nos hace preguntarnos ¿por qué? Por qué sentimos más que los demás, por qué tenemos que sentir cuando nadie siente por nosotros, cuando nadie NOS SIENTE a nosotras. El verdadero dolor, amiga mía, es sentir y no lo podemos evitar porque flores como nosotras nacimos para sentir sin ser sentidas.

Nina

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