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Las desilusiones también crecen

Nov 2, 2025

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Las desilusiones también crecen
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Nunca creí en Papá Noel porque en mi casa nunca alimentaron la idea de imaginar a un hombre grande, barbudo y canoso que esclavizaba renos, volaba por los cielos y premiaba a quienes se portaban bien durante el año. Por eso, la Navidad nunca fue mágica para mí: no la esperaba, no me importaba. En cambio, el 6 de enero, el Día de Reyes, siempre fue mi fecha favorita.

Mi mamá me decía que tres reyes iban a venir a casa mientras yo dormía, con camellos cansados y sedientos por haber estado recorriendo muchos países y llevarle regalos a todos los niños del mundo, porque los reyes no eran clasistas como Papá Noel, ellos no tenían una lista que cumplir. Hacíamos el ritual de preparar pasto, agua y unas zapatillas que ya no usara, los reyes se las iban a llevar y, a cambio, me dejarían un regalo. No sé cuántos años lo habré hecho, pero sí recuerdo varios. Recuerdo también el entusiasmo de ir a cortar pasto en el patio, preparar el agua en una taza grande, elegir unas zapatillas y dejarlas en un costado del patio de atrás. Lo hacía paso a paso, año tras año, y para mí todo tenía sentido.

Cuando me enteré de que los reyes no existían fue de la peor manera: de la forma más violenta y triste para una niña con las ilusiones tan altas. Un año, mientras esperaba hacer el ritual, le pedí a mi mamá que me ayudara a preparar las cosas para dejarles en la entrada, pero ella estaba ocupada. Entonces mi papá, al verme “molestándola”, me dijo:

—¿No te das cuenta de que los reyes no existen y siempre es tu mamá la que te pone los regalos abajo del árbol? Dejate de joder y andate a jugar a otro lado.

Creo que una parte de mi niña se rompió. A partir de ahí dejé de tener rituales, y cada vez que se acercaba la fecha de Reyes buscaba el regalo que escondía mi mamá en alguna parte de la casa porque, aunque él hubiera roto mi ilusión, ella seguía soplando mi pequeña llama de esperanza por creer en algo de manera tan inocente. Ella nunca dejó de colocar los regalos debajo del árbol.

Con los años entendí que esa pérdida de ilusión fue solo la primera de muchas. Entre otras cosas, creo que nos acercamos a la madurez a medida que vamos acumulando desilusiones. Y cada vez que me enfrento a una nueva pienso: “Genial, ahora sí, nada me va a desilusionar más que esto”. Pero no es así. La vida siempre me sorprende con algo más, y entonces vuelvo a ser esa niña con el corazón roto que acaba de enterarse de que los reyes no existen y que todo su esfuerzo y la rutina a la que tanto cariño le dedicaba no tenían sentido.

Solemos pensar que, a medida que atravesamos desilusiones, las siguientes nos van a doler menos que las anteriores. Y no sé si es porque todavía soy una adulta joven, pero cada vez que llega otra desilusión me siento muchísimo peor.

Hace poco tuve una, digamos, en mi camino profesional. Me dejó perpleja. No podía entender cómo hay personas que levantan banderas que las proclaman como “buena gente” y se llenan la boca hablando de las cosas maravillosas que hacen, cuando todo es mentira. Al final del día, todos ellos son los que se disfrazan de Papá Noel: nos convierten en sus renos, nos esclavizan y creen volar muy alto mientras leen su lista de a quiénes cagar y a quiénes favorecer.

Y yo, otra vez, me vuelvo a sentir pequeña. Los observo desde abajo y pienso:

Por eso siempre elegí creer en los reyes.

francina

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