Las cosas que todavía no pude decir. Parte I

Nunca voy a pretender que no me interesa. No pude, y no podría.

Pero a una le crece una corteza impermeable alrededor del corazón, y las provocaciones lejanas resbalan.

Pero la tentación y el instinto son más fuertes, y sabes que un poco más de atención, una sola palabra correcta en el momento indicado, pueden hacer que la fachada caiga y te regale la imagen de estos huesos que actúan como cimientos.

Los dos lo sabemos.

Y sí. Necesito que desaparezcas. Que no sepas de mi vida; yo no sé de la tuya desde hace tiempo y quizás hayas notado que no me interesa saber tampoco. De un día para el otro me aparecieron tus historias y tuve que hacer un esfuerzo para no verlas. O al menos finjo que no me interesa, y soy capaz de ignorarte. Pero lo cierto es que me acostumbré a la sensación de no buscarlo. De no buscarte. De no necesitar saber. Pero que se entienda: es más un regalo que me hago a mi misma. Es como elegir dejar de fumar.

Necesito que desaparezcas porque si no, no puedo dejar de seguirte.

No tengo nada que esconder.

No pretendo que tengas gestos de caballero. Sólo que en la medida de lo humanamente posible, me hagas apacible el abandono de este deseo.

Necesito que desaparezcas, porque desearte me arruina.

Necesito olvidar porque yo no construyo castillos de arena.

Necesito el silencio que viene con la acción de soltar.