Te vi hoy,
en el vaporcito del mate temprano,
en el rincón del patio donde siempre había sombra,
en una canción antigua que no sabía que sabía.
No te llamé en voz alta.
No hacía falta.
Tu nombre camina solo por la casa,
acomodando las cosas invisibles.
Las flores siguen creciendo,
aunque ya no estén tus manos,
aunque nadie les hable como vos.
A veces creo que te escondes
en los hilos del viento,
en el crujir de las hojas,
en ese jazmín que floreció antes de tiempo
como para decirme "estoy acá, aunque un poco lejos".
Extrañarte no se me pasa.
Pero aprendí a convivir con tu ausencia
como con una canción triste
que igual me gusta escuchar.
Gracias por los silencios que ahora entiendo.
Gracias por los abrazos que me dejaste de herencia.
Y por quedarte —aunque te hayas ido—
en todas
las cosas que aún te nombran.
Y si no puedo tocarte,
voy a aprender a escucharte en el aire.
Porque el amor no se va,
solo cambia de forma.
Y yo sigo acá,
nombrándote bajito,
como quien reza sin saber a quién,
pero sabe por qué.
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