Las conexiones doradas

Hoy la tinta es mi sangre y las letras mi carne

Suenan suaves armonías; nos recuerdan a viejos soles, tercos y obstinados

Lo peor de nuestra vida.

Hoy ya no recuerdo nada, mis ojos ya no lloran; observan estoicos ante todo.

La vida se me escapa entre los dedos, siento que me voy a morir mañana sin conocer nada.

Pero… todo es algo maldito y doloroso; el destino nos juega malas pasadas, pero sobrevivimos, o eso queremos creer. 

Todo es una casualidad, creo, aunque elijo al destino, como el esclavo a la moral, él es mi eterno enemigo, como el reloj.

Apolo morirá ingenuo y las palabras habrán perdido sentido para él. 

Dionisio solo, triste, azul y muy calmado,

 pues lo matamos por treinta monedas de plata. 

Pero cada vez somos hombres de ningún lugar, sentados enfrente de nada,

 nos movemos y movemos, 

pero la materia perdió valor, 

la vida no se rige por la luz y oscuridad,

 sino por el papel e imprentas.

Ahí pienso todo lo que pudo haber sido y no fue así, entonces pienso: ¿acaso voy a ser algo?

¿Puedo ser algo? 

Tiene valor lo que escribo o son tribulaciones de alguien que va para eterno adolecente;

supuesto estándar de la moral, 

que morirá viejo y solo; paranoico? 

Alguna vez me enamoraré?

¿Existe el amor o solo es el dulce néctar de una lata de supermercado que todos queremos comprar?   

El mundo es doloroso; 

todos gastamos mucho tiempo y dinero, y no parece haber nada atrás. 

Vivimos y morimos como un número, 

una simple abeja en una colmena, 

sirviendo a la reina, creyendo ser distintos al resto de animales. 

Dándole un significado a vivir, a nosotros mismos y la gran ilusión del tu y yo.

¡Tantas revoluciones y tantas ciudades! 

¿Para qué? 

Construimos todo sobre personas que no se conocían a ellas mismas, ¡que creían ser ellas mismas!

¡Así es como vivimos en un Theatrum Mundi! 

¡Así es como hay religiones! 

¡Gente débil y fuerte!

¡Buenos y malos!

¡Sacerdotes y herejes!