Ladrones con sotana.
Mar 2, 2025
(Ficción predicción).
Gestas y Dimas.
No, nadie sabía nada. Nadie del pueblo, se entiende. Es evidente que hubo quienes urdieron aquello y quienes planearon todo el asunto.
No es que fuera un plan intrincado ni de mucho mérito, pero sí convenía que fuera muy secreto.
Aunque pocos habitantes, mayores, más bien ignorantes y sumisos, no convenía levantar la liebre antes de haber hecho el disparo. Siempre, entre el rebaño, hay algún cordero más oscuro.
El cura, sí, ese fue el más rastrero. Lo fue porque era el más cercano a los feligreses, era su guía espiritual, su confesor.
No tenía buen genio, pero, aunque con ciertas reticencias, en el pueblo se le respetaba. Unos por considerarse creyentes y más o menos practicantes, y los pocos que no, porque no se ocupaban del cura ni de los asuntos de Iglesia.
Él, don Ángel, apareció aquella mañana de martes. En principio, sin motivo. No era día de misa. Lo vio llegar la Gregoria, y le extrañó. Ella fue a la iglesia por ver si el cura necesitaba algo, pero él le dijo que no, que se fuera:
-Estoy esperando a alguien. Son asuntos que no te conciernen.
Gregoria, aunque conocía el talante de Don Ángel, se sorprendió ante aquella brusquedad.
Se fue, pero siguió atenta desde su ventana.
Al poco pasó por delante una furgoneta. Sin rótulo alguno. Aparcó lo más cerca que pudo de la puerta de la iglesia.
Dos hombres descargaron una caja plateada, bastante grande, y, en una especie de carretilla, la llevaron al templo.
Gregoria no se atrevió a acercarse, aunque, por lo que había pasado, aquello no le gustaba nada.
Al rato. Un rato ni corto ni largo, los hombres salieron con la caja. Ahora parecía más pesada. La llevaban con cuidado; la cargaron en la furgoneta y se marcharon.
El cura se fue también de inmediato.
Fue entonces que Gregoria cogió la llave y fue a la iglesia. Iba nerviosa. Algo había pasado. Algo malo.
Al abrir la puerta de dentro, la que da acceso a la nave, lo notó de inmediato.
La ausencia.
La Virgen no estaba. Su pedestal vacío y las flores que en ese momento no honraban nada, le resultaron una imagen dolorosa.
Habían secuestrado a la patrona.
Gregoria dio la voz de alarma. El pueblo entero, tan pequeño, se reunió muy pronto en el lugar del crimen.
Llamaron al cura, pero el cura no cogió el teléfono.
Llamaron a la guardia civil.
Llamaron a Dios.
La indignación se extendió por mucho más allá que el propio pueblo. Madrid, Barcelona, Valencia... En muchos lugares andan haciendo sus vidas muchos hijos del lugar cada vez más y más dejado del mundo y del tiempo.
Se luchó con las escasas fuerzas de un demacrado ejército, pero no hubo caso.
El obispado había reconocido el valor histórico, artístico, cultural y económico de la talla de la Virgen de las Nieves y decidió, por su cuenta, que estaría mucho mejor conservada y más segura en el museo de la catedral.
Tenían la Ley de su parte, y el pueblo debía aceptar lo que se había hecho.
Poco a poco, desde entonces, han ido desapareciendo las cosas que en el templo tenían algún valor. Eso, por cierto, ha sucedido desde un siempre lejano en el tiempo.
El pueblo da de lo poco que tiene para glorificar a Dios, primer error, y la Iglesia se apodera de todo en nombre de ese Dios.
Sí, seguro que hay ladrones en las cárceles, pero los más peligrosos, los peores, nunca pisan esas celdas. Tienen la Ley y la Justicia de su parte.
Tienen a Dios.
La Virgen que quede los proteja.
(Esta historia, así o de modo parecido, sucederá un día. Y no está tan lejano).
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