El color de tu boca se rindió sin fragor,
ante la nulidad del viento,
como si el gesto de pintarlos
jamás hubiera existido.
Tus labios, sin velo,
ahora marcan mi piel:
rojo y violeta,
pruebas de un crimen
que poco me importaba.
Yo misma
habría firmado con la lengua
mi sentencia en tu cuerpo.
Hubiera sido verdugo
de mil historias,
si eso implicara
retener el eco
de tu tacto.
El juicio era en vano.
También el rumor
oscuro, persistente
de mi piel.
Tu compañía:
abrigo,
despojo,
incendio.
Como si amar entre mujeres
fuera aceptar
la tragedia de un delito.
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