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La vitrina de lo incierto.

Oct 20, 2025

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La vitrina de lo incierto.
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Ojalá estuviera en aquellas cúpulas de cristal que tienen en los museos, donde los visitantes me observaran con la reverencia de quien mira un fósil o una mariposa disecada. Ojalá fuera lo que ves, lo que querés que sea, lo que creés que soy. Ojalá saberlo, lo que soy, lo que quieren, lo que sea, pero con certeza. Ojalá tener certeza.

Imagino la cúpula, apenas un cubo de vidrio ajustado a mi silueta, sin un mínimo resquicio donde pueda colarse la duda. Allí, en ese silencio de vitrina, mis pensamientos tendrían la exactitud de un inventario; nada se perdería, nada temblaría. Qué descanso sería no tener más preguntas que responder, qué alivio existir sin ese rumor constante que erosiona las certezas. Apenas cabría yo, y aun así, me sobraría espacio para la soledad.

Qué solitario. Porque no sería el mismo, ¿te das cuenta?, y nunca lo somos. La versión de mí de hace un año no podría reconocer al hombre que hoy habita estas palabras. Tal vez lo rechazaría, lo llamaría impostor. Pero también es cierto que, al mirarme en aquel reflejo del pasado, encuentro un eco que me sostiene, aunque no lo entienda. Estamos en perpetua mudanza, cada derrota, cada fracaso, nos renueva como las capas de pintura que se superponen en un cuadro antiguo.

A veces siento que mi vida se escribe a lápiz, con la goma siempre lista para borrar, para rehacer lo trazado. Y, sin embargo, esa fragilidad no me destruye, me empuja. Me lleva a entender que en la inestabilidad hay una forma secreta de belleza. Como si las grietas de la porcelana fueran también parte del adorno.

En esa cúpula de cristal que imagino, las cicatrices no existirían, y quizá por eso mismo no habría historia. ¿De qué sirve ser perfecto en una vitrina si la perfección es apenas un reflejo muerto? Prefiero la incertidumbre viva de mis pasos torpes, esa tensión entre querer ser y no saber cómo.

Quizá la verdadera cúpula de cristal no esté en un museo, sino en este instante, suspendido en palabras que me contienen por un rato, antes de escaparse. Un instante que me dice que nunca termino de ser y, aun así, sigo. Sigo como quien camina por un puente que se construye a cada paso, con miedo a caer, con la esperanza de cruzarlo.

Y pienso que lo sublime, si algo de sublime hay en esta contradicción, es que nunca seremos los mismos, y aun así nos buscamos en los espejos, en los recuerdos, en las cartas que nos escribimos a nosotros mismos. Tal vez ahí está la certeza que tanto anhelo, no la de permanecer, sino la de evolucionar, de reconocer que el hombre de hoy será un extraño para el de mañana, y que en esa metamorfosis también late lo humano.

Nicolás

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