La mesa estaba servida pero los niños no se atrevieron a entrar hasta recibir una orden. Uno frente a otro, esperaban platos calientes, aglomeraciones de dulces y varias tazas de té con leche. El frío se les colaba en las calcetas porque la puerta principal estaba quebrada a la altura del dintel. La oración presidida por la señora de la casa no respetaba el orden del padre nuestro, alternando con frases equívocas, y usureras que los niños callaron por temor a ofenderla. Los recipientes con los bordes manchados y rotos provocando que uno de ellos se cortara el dedo, hasta gotear los mocasines de la señora. El llanto hizo que los más grandes se levantaran en consuelo. Pero inscritas sobre papel, su mirada hizo callar y reservar la compostura de todos en la mesa. Con unas palmadas a la pared, entró un jovencito a limpiar estrujando el exceso sobre cada plato, volviendo todos a comer con un dulzor ajeno.
La mujer de la casa soportando el estupor, agregó a los platos un pedazo de su propia carne. Las circunstancias no le habían permitido al centro médico llevarse su pierna, por lo que considerando que esta podría ser la última comida de los niños, la ofreció directamente del congelador. Resultaba práctico que se amortiguara el apetito con otro dolor que, por supuesto duraría, siempre y cuando, no se acabara el bromuro. Cansados y hambrientos esperaron hasta que alguno se llevara los filetes a la boca. Fue el pequeño sangrante, clavando la cuchara en el muslo, el que se acercó a la señora para pedir ayuda. El pequeño, demasiado débil, dejó que la mujer le ayudara presionando hasta el hueso. Ninguno alzó la vista, cuando la señora cortó un trozo, dejando que el jovencito llorara mezquino por no querer compartir.
El azote de la puerta alarmó a los niños entre golpes y patadas. Siendo empujados nuevamente hacia las sillas, esperaron el dictamen del visitante, que pidió unos dedos para el camino. Sólo tres, dijo, y tomó de la mano a los más grandes. Los restantes, se acurrucaron entre sí, esperando que les hicieran espacio en la nevera.
Imagen de Pexels. Propiedad de cottonbro studio

Verónica Abir
Solo lo intento cada día, como respirar. Ves tus ruinas como son, libres de la ilusión, las expectativas (...) de modo que por fin puedes empezar a contar las tuyas. BELMAR, Issac
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión