Sip. Atrapado. Sé que el mundo en el que vivo debería ser mas que suficiente. Sé que hay una belleza indescriptible en cada detalle de la tierra, y que puedo hallar magia en cada uno de sus rincones. Entiendo que cada vez que gire la cabeza tendré un mundo nuevo en frente. Y llegué a sentir también ese trance que algunos afortunados experimentan. Tan solo imagínate, caminando Hartas horas por senderos boscosos que no terminas de asimilar. Pero tampoco sientes la necesidad de hacerlo. Siente ese trance casi digno de un monje en el que estas presente solo en el presente y nada mas que ahí. Te sientes... indescriptiblemente diferente, tanto que hasta respirar te da una sensación distinta. Tu sigues caminando, embobado. Pero tus músculos no se quejan, en ese momento eres incansable, imparable. No como una feroz cascada, ruidosa y prepotente. Sino como un arrollo de no mas de unos pocos centímetros. Que fluye lento y silencioso, esquivando las rocas en su camino como si no supiese que están ahí. No necesitas música, ya te la proporciona tu alma resonando con todo lo que la rodea. Y tu, solo caminas. Caminas y vuelas al hacerlo. Y no, no es algo que se pueda evitar. Es un fenómeno por el cual inventamos magia. Religiones. Modos enteros de vida e incontables doctrinas filosóficas. Volviendo al sendero, el paisaje cambia, puede ser poco o mucho, pero tu cambias con el y sin pensarlo, continuas subiendo mas... y mas... y antes de darte cuenta -como todo en ese viaje-, te encuentras en la cima de un cerro. Sintiéndote pequeño, y sintiendo al mundo pequeño. Ves el cielo, las nubes y los bosques que cruzaste hace ya algo de tiempo. Ves otros cerros, mas o menos altos que el que esta ahora bajo tus pies. Y te asombra, pero no te importa. Nunca te importó, porque estas sintiendo algo más, estas viendo otro cielo. No el que siempre ves, uno que retumba en tu pecho y te invita a volar. Uno que se fusiona contiguo cada vez que respiras. Estas parado en otra tierra. Una que te enraíza desde los pies y te invita a recorrerla hasta el mas pequeño recoveco. Estas sintiendo como si fuese tu primera vez haciéndolo. Por desgracia no eres un ave. No puedes quedarte toda tu vida contemplando ese abismo, sintiendo todo eso que se arremolina en tu pecho ahora. Ese hermoso trance se escurre entre tus dedos como polvo en el viento y al dejar de ser el arrollo, te conviertes en la roca... Es entonces cuando entiendes que ese mismo trance es lo único que necesitas. Y a la vez algo dentro de ti te dice... que nunca lo podrás volver a encontrar.
El camino de vuelta es distinto, es amargo. Estas tratando con todas tus fuerzas volver a llenar con el mundo ese vacío que tienes en el pecho... Y que hasta ahora no sabias que estaba ahí. Pero esa magia no se puede forzar. Justamente eso la hace tan especial. El bosque esta igual, y a la vez esta diferente. Te sientes como si acabaras de despertar del mas hermoso de tus sueños. Tu sabes que es hermoso, pero lo olvidaste por completo. Lo dejaste en ese mundo en el que ves aunque tus ojos estén cerrados. Yo creo que para eso están los sueños. Creo que son un regalo. Un recuerdo de que hay algo más. Algo más que solo lo que podemos ver. Son una invitación a volver al abrazo de esa magia. A sentir de nuevo ese trance del que no queremos salir. Podría ser, ahora que me pongo a pensarlo la muerte en si. Pero si eso es la muerte, con gusto renunciaría a la vida por ella. En cambio, a falta de vivirlo... solo podemos soñarlo.
Algunos -y yo me incluyo en ese nicho- Nunca se recuperan de tal experiencia. Y la única prueba de la inmensidad que sintieron es el vacío que dejó al irse. Es ese vacío el que me impulsa a moverme. El que NOS impulsa a moverse. Y es la forma en que cada uno decide llenarlo... Eso que solemos llamar vivir. Quien sabe, talvez al tratar de llenarlo tapamos el espacio en que tendría que residir esa magia. Y nos condenamos a nunca volver a sentirla. Pero la desesperación que deja su ausencia es demasiado para ignorarla, y la imposible tarea de vivir con ella solo llevaría a una nueva locura mas profunda que cualquier otra. Por eso asumo mi culpa. Sigo siendo la roca que interrumpe el arrollo. Solo trato de acuñarme todo lo que pueda, volverme liso y redondo para poder sentir el agua deslizarse por mis bordes, en lugar de chocar bruscamente. Talvez entonces, en un futuro me vuelva polvo. Y aunque nunca pueda volver a ser agua. Seré parte del arrollo.
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Mateo
Un chico que siempre quiso tocar las estrellas y vivir sus sueños. Aprendió a volar con relatos y soñar con palabras, he aquí la prueba de ello
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