la última noche

Esa noche buscaste refugio en mi lecho con las pocas fuerzas que te quedaban. Siempre que dormías a mi lado, lo hacías de espaldas a mí, pero aquella noche acercaste tu frente diminuta a la mía y nos quedamos bajo un silencio cargado de tristeza apacible. Me resistía al sueño, temiendo que al despertar ya no estuvieras. Quizá por eso me aferré a tu mirada como si pudiese detener el tiempo, y fue entonces cuando me perdí en tus ojos por última vez. Aquellos luceros verdes que, si los mirabas con detenimiento, te hacían sentir como si estuvieses en el espacio y desde ahí pudieses ver la Tierra, eran como dos ventanas al universo. Dentro de esa mirada infinita se escondía una realidad distinta y me hubiese encantado saber cómo se veía el mundo a través de ella.

Esa noche te dije que, si era tu momento de partir, lo hicieras, y solo permanecí un instante más a tu lado, oyendo tu respiración lenta y cansada. No recuerdo en qué momento me dormí, pero cuando desperté estabas a mis pies, como siempre solías dormir, solo que esta vez era distinto. Tu estómago no subía ni bajaba, te llamé y no respondiste. Te toqué y supe que ya no quedaba más que tu cuerpo, sin alma ni latido. Te marchaste en medio de la noche sin dejar eco, llevándote contigo hasta el silencio, y aquí solo quedó tu ausencia física. Me ahogué en mi pena junto a tu cuerpo, el cual lentamente perdía su calor, y te pedí perdón por no haber podido salvarte la vida como vos lo hiciste conmigo aquel 25 de mayo, hace 4 años.

Recuerdo que, cuando te vi esa helada mañana del mes de mayo, tan frágil, tan sola, tan pequeña y asustada, no dudé un segundo en acunarte en el calor de mi pecho. Ese día, sin siquiera imaginarlo, en ese preciso instante me diste mi primera razón para vivir, cuando para aquella época yo apenas era un cuerpo que respiraba por inercia.

Fuiste mi paz en medio del caos, mi calma entre las ruinas de mi mundo. Fuiste mi luz cuando todo lo que había a mi alrededor era oscuridad. Fuiste amor antes de ser recuerdo, y ahora sos memoria latiendo en silencio en cada noche donde tu ausencia pesa. Y aunque te hayas ido en cuerpo, tu presencia sigue iluminando mis días más grises desde un rincón donde el tiempo no puede alcanzarte.