Estoy sentada mirando al helecho que está en la cocina de mi abuelo. Me parece tonto que esté en una taza medio moribundo, donde lo único que lo mantiene con vida, en algún punto, es la esperanza de mi abuelo porque en eventualmente crezca. Estoy viviendo otro domingo, otro fin, otro recomienzo. Y mientras las horas pasan reflexiono sobre si algo de lo que hoy me rodea, me representa. Me cuestiono también si lo que existió antes en mi vida, en algún punto, tuvo un carácter representativo. Por momentos creo que también he sido ese helecho moribundo, sobreviviendo por la esperanza de terceros sobre mi propio crecimiento y subsistencia.
También reflexiono sobre lo difícil que es vivir en un contexto donde todo está dicho. Aquí y ahora, pareciera que todo ha sido pensado, y aún así, me asombro pensandome única en un mundo tan homogéneo. Me cuestiono permanentemente si no tendré algo irrepetible en la composición de mi alma que eventualmente se va a elevar y demostrar a otros que realmente tengo potencial, que esas expectativas puestas en mi se pueden cumplir. En algún punto, pienso, inspecciono en el adentro, que hay en mi un motor grande de vida, que nada tiene que ver con la angustia que me genera sentirse desamparada en un mundo de obstusidades en formas de estímulos, y de vacíos inmensos entre las personas. Clarice Lispector le dijo “intervalo” a eso que nos une a un otro con forma inhóspita. Quizás es verdad que hoy en algún punto no hay puentes, solo intervalos.
Soy hija de los placebos en forma de aparatos digitales, de la sobreinformación, de lo efímero y eterno de una vida sin contenido, sin unión. Somos hijos e hijas de todo lo que en algún momento cargó un adjetivo innovador y único, para después arrastrarnos de nuevo al fantasma del pasado en forma de ideologías. Es raro vivir en este mundo donde todo parece coherente dentro de ciertos parámetros de incongruencias. La esperanza tiene la forma de un sueño que probablemente no se concrete porque en el proceso de perseguirlo, otra imposición en forma de “cambio de planes” va a generar el suficiente estímulo para que postergues tu vida. Es una manera negativa de verlo quizás, reconozco que hay quienes perseveran y son victoriosos, pero ya no en la manera idealista que se propone en los manuales modernos de la vida del siglo veintiuno.
No deja de sorprenderme el hecho de que la humanidad con toda su inercia hacia la evolución, aún sigue agonizando por sentimientos tan primitivos como lo es el amor. Conmueve tanto el alma no ser correspondido, o por el contrario, ser la supernova de una otredad que ninguna propuesta darwiniana podrá jamás hacernos creer que eso no nos salva por sobre cualquier mejora orgánica. Es como popularmente se exclama: “he visto a las mentes más brillantes destruídas por un corazón roto/temblequear frente a la aceleración del latido frente a la persona amada”. Pienso mucho en el romance, en el cariño, en el amor. Sobre el carácter transformador de que alguien se tome el tiempo para cuidarte, conocerte, comprenderte. Y lo duro que es enajenarse de ese proceso para volver a la soledad, pero también en lo demoledor que es darse cuenta que todo recomienza. En algún punto quien me amó, cuando se vuelve sujeto de pasado, da lugar a una otredad distinta, que replicará los pasos para hacernos sentir cuidados, conocidos, y comprendidos pero a través de otras formas y dinámicas interminables.
Para mí, el amor es camaleónico. Y digo el amor y no las personas porque en cierto sentido, las personas en esencia somos constantes, así como el amor que damos. Lo que en definitiva cambia es el ámbito donde depositamos esa esencia, y donde el amor debe transformarse para sobrevivir. No creo jamás haber amado igual a las personas, pero sé que en el fondo hay un hilo conductor que me ha llevado a todos los sujetos que me transmitieron un cariño sincero. El amor es impronunciable, es difícil traer a colación su forma tangible, tiene muchas. De nuevo, camaleónico.
Estoy sentada mirando el helecho que yace moribundo en mi taza de café, en la cocina de mi abuelo, sin creer que pueda en algún punto revivir, pero sabiendo que como todo en esta vida, tiene un carácter sorpresivo que nunca podré explicar. Mi abuelo ha hecho revivir muchas cosas. Las personas permitimos que las cosas empiecen de nuevo permanentemente. Nos gusta la transfiguración.
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