He cometido el peor de los pecados que se puede cometer.
Pero además de no haber sido feliz -como bien planteaba Borges- albergo dentro de mí una esperanza imposible. He cometido la traición más grande, pues cuando sus ojos busquen y encuentren los míos no hablaremos más el mismo idioma.
No aminora la gravedad de mi situación el hecho de que esto haya ocurrido contra mi voluntad consciente; aunque esta semilla haya germinado sin que yo lo supiera, en el suelo fértil de mi inconsciente, el árbol ha crecido y su extensión han traspasado la medianera entre los mundos, la barrera entre el soñador y el vigía. Cuando la brisa es precisa, oigo las ramas golpear suavemente la ventana. Como los predicadores a domicilio que tocan el timbre con un mensaje que quieren contar.
Este fototropismo del árbol antes mencionado era el paso lógico, por más que no lo haya visto venir, pues cada hoja de mí busca al sol de mis días grises. La que está en primera fila cuando nadie aplaude. Tal vez seamos viajeros, dos almas viejas que tardaron una eternidad en cruzarse pero nuevamente están en el mismo vagón.
No encuentro carácter en ninguno de los idiomas que conozco para empezar a explicar lo que me está pasando. Parte de mí balbucea intentando encontrar la descripción adecuada. La otra parte es consciente de que si puedo explicar y nombrarlo, le estaré conjurando a la existencia. Una parte de mí quiere gritarlo, sacarse el peso. La otra parte me tapa la boca con ternura y miedo: "no arruines esto" me dice.
Pero entre la espada y la pared, elijo la espada. Es hora de señalar al elefante en la sala: he desarrollado sentimientos profundos por alguien que sólo me aprecia platónicamente. No fue una escena de película. No hubo música de fondo ni luces dramáticas. Ni narrador ni risas pregrabadas.
Sólo ella preguntándome si había comido, mientras seguía en su celular. Un meme que me mandó diciendo "esto es muy vos" y precisamente, era muy yo. O cuando me sugirió compartir la ubicación de la app de servicio de viaje en auto para me sienta más seguro y se quedó dormida. Esa familiaridad casi íntima. Esas palabras con perfume a hogar.
Ahora entiendo lo que Camus insinuaba: "uno solo puede vivir con quienes no te atan, sino que te aman con un afecto tan ligero que lo puedes llevar cargando... pero al mismo tiempo, tan fuerte como para seguir experimentándolo".
Fueron esas cosas, pequeñas, inocentes, que entonces no me dijeron nada.
Pero un día, todo se reordenó en mi cabeza. Como si alguien hubiese armado un rompecabezas a mis espaldas y me lo pusiera delante. Como House cuando habla con Wilson de cualquier cosa y se da cuenta que equivocó el diagnóstico.
Y ahí estaba la imagen completa: me gusta. Pero no por lo que genera en mí, o por como me cuida, sino por quien es. Precisamente esa es el quid de la cuestión: la quiero por su naturaleza desinteresada, dadivosa, magnánima. Y confesar sería el crimen: poner en duda que todo lo que compartimos no haya sido real. Me devastaría que piense que todo ha sido un esquema para conquistarle.
"¿Qué derecho tengo a irrumpir en su vida? a sentirse culpable por el amor inútil que le tengo." Pizarnik no podría haberlo descrito mejor.
Debo callar para siempre o desaparecer de la faz de la tierra. No por falta de coraje, porque he estado en situaciones de riesgo, me han apuntado con un arma a la cara y no se me ha movido ni un pelo. Pero esto es distinto. No está en juego mi integridad física o mi vida, sino algo más delicado: su percepción sobre mí.
Aunque reconozco que al no comunicarlo, de alguna manera le estoy quitando la posibilidad de elegir, es menester alejarme, hacerme invisible. Tal vez le cause tristeza, pero peor sería causarle el dolor de la revelación: en sus ojos hay amistad, en los míos hay algo más. No soy capaz de llevar a cabo tal traición.
No puedo cambiar lo que somos solo para aliviar lo que siento.
Ella no hizo nada malo.
La culpa es mía. Por no haberlo visto venir.
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