Cuando se trata de confianza, la mente traiciona. Pero cuando se trata de confianza, también la gente traiciona.
Ocultar la verdad “por el bien del otro” es, en realidad, la mentira más cruel disfrazada de lealtad. El camino que toman las personas para ocultar esa realidad es la semilla que hace crecer una red de mentiras.
Vivir se vuelve pesado cuando las situaciones se vuelven repetitivas y complicadas. Los vínculos que formamos pueden quebrarse por un solo acto de cobardía. No hablo de infidelidades ni de trivialidades: hablo de la impresionante falta de lealtad que crece hoy en día, alimentada por la falsa creencia de que los lazos se construyen solo con el tiempo.
Pero el tiempo no crea vínculos si no hay valores. Una persona con principios pobres jamás podrá sostener una relación significativa. Somos más que cuerpos conviviendo: somos mentes capaces de traicionar, de justificarse, de autoengañarse creyendo que hay una razón moral para mentir. Y cuando corremos con esa mentira a cuestas, no importa cuánto resistamos: tarde o temprano, el aire se acaba.
Hoy, los vínculos reales están distorsionados. Lo digo porque es la época que me ha tocado vivir, y en mis años de consciencia lo siento más profundo. A medida que mi mente crece, menos tolero lo que antes pasaba desapercibido. Es como vivir en un rompecabezas infinito: cada pieza es una persona que no comprendo, no por compleja, sino por vacía.
Y duele.
Duele la falta de empatía.
Duele la falta de valentía.
Duele ver a tantos arrastrados por creencias falsas, por la ausencia de lealtad, por la escasez de vínculos genuinos.
Necesitamos personas que llenen, no que desgasten. Personas que no confundan ocultar, mentir o hablar a espaldas con una ventaja. Porque no hay juego más sucio que creer que la verdad es un privilegio que solo yo puedo tener.
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