Miramos hacia atrás y seguimos intentando reconocernos. A finales del año 2019, el perjuicio generado por el gobierno de Mauricio Macri hacia la sociedad llevó a que la misma le diera una nueva oportunidad al peronismo, esta vez unificado en un frente electoral, el Frente de Todos, el cual unía al kirchnerismo, a sectores radicales no alineados con su partido, y al peronismo no K, especialmente representado en el massismo. El armado de la fórmula electoral en manos de la dirigente más importante del peronismo en ese entonces, Cristina Kirchner, propuso a Alberto Fernández como candidato a Presidente de la Nación, un funcionario conocido por la sociedad pero sin apoyo popular, y destacado opositor en tiempos del cristinismo en el poder.
No faltaría mucho tiempo para que el frente electoral confirme su incapacidad de conformarse como coalición política, destinada a objetivos y programas claros y acordados. Nada de eso: el desmembramiento en vivo del gobierno nacional a través de escándalos, irresponsabilidades y egoísmos, en una suerte de autodestrucción que no tomaba dimensión de las funciones que se debían ocupar, tuvo su pico cuando, en plena pandemia, se descubre la famosa "foto de Olivos". El gobierno, como también personalmente Alberto Fernández, se dirigían directamente hacia un final patético y triste. A la manera de una carrera, la decepción de lo promisorio no ocurrió en su final, sino más bien en la mitad de su camino. De allí la agonía que no podía terminar de otra manera que el desastre al momento de seleccionar el candidato de la derrota anunciada en 2023.
La retirada del peronismo fue el triunfo de la decepción, la ira y el resentimiento, justificados no solamente por el mandato de Fernández, sino también por el mamarracho neoliberal de Macri y el agotamiento del modelo kirchnerista. Lo insólito del gobierno de los Fernández consiste en que ni siquiera se agotó, sino que nació frustrado: creado para ganar la elección, por gente que no tenía la menor intención en pactar, ni en darse cuenta, siquiera por asomo, que la sociedad entraba en ebullición ante una década completa de aumento del desempleo y la pobreza, y la pérdida descomunal del poder adquisitivo, abriéndose aún más la desigualdad crónica del país. Dos generaciones que crecieron sin perpectivas de futuro, viendo a una clase política alejada, así como al Estado, corrido de sus responsabilidades sociales cada vez más, deteriorándose la salud, la educación y los lazos sociales. El triunfo de la lógica del mercado, del individualismo y la flexibilización neoliberal sin control se consolidaba paralelamente a un discurso propio de otra realidad: el "volver mejores", "primero los últimos", "a trabajar".
La democracia argentina se encuentra en su peor momento histórico. El actual gobierno, comandado por el presidente Javier Milei, es el sinceramiento de la situación. La crisis de la esperanza, en una sociedad atrapada entre dos modelos agotados: el peronista, propio del Estado social del siglo XX, y el neoliberal, cuyo discurso impera pero su puesta en práctica devela la tragedia que provoca, pero que nadie está dispuesta a vengar. Mientras tanto, las burbujas individuales y el escape hacia la banalidad anulan lo común. En el medio, generaciones perdidas. ¿Y las que vendrán?
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