La tormenta.
Aug 19, 2024
...
Con la tempestad.
Un caballo con un jinete. Surcan una tormenta de viento que arrastra el polvo en que se convierte la arena.
Vendados los ojos del penco, cubierto el jinete el rostro con un pañuelo , quizás gris, avanzan a ciegas.
Detenerse no tiene sentido. No saben a donde van, no saben lo que más adelante espera, pero no hay otra opción. Y lo mismo da la izquierda que la derecha. Ya ni ubican la dirección de la que venían, así que... simplemente, caminan.
Varias horas así, hasta que, entre el trapo, entre las rachas de arena, entre la resignada desesperación, el jinete, a lo lejos, atisba una sombra, una silueta. Hacia allí arrea el caballo, sea aquello lo que sea.
Intentar discernir es herir los ojos, así que, el camino sigue siendo el de la oscuridad. El caballo, como el de un picador, avanza obligado pero temeroso.
Casas, un pueblo enmedio de aquel tormento.
Conforme se acercan a la calle que se abre en su dirección, afloja el viento. La arena calma su aliento.
Ya entre los edificios, imperceptible el momento, la calma reina en ese oasis seco.
El jinete hace que el caballo se detenga. Descabalga, libre del pañuelo, quizás gris, que le ha servido de parapeto, y descubre también los ojos del corcel. Entre la niebla de arena no podía distinguirse el tono de su capa. Se sacude, agradeciendo. Es blanco.
En uno de esos teneblarios que ponen en esos lugares para atar a las cabalgaduras, el hombre, deja la silla y demás arreos. El caballo, desnudo, descansa del peso.
-Busca un abrevadero.
Están frente al típico salóon.
-Yo ya he encontrado el mío.
Cuando el animal se aleja...
-Bebe despacio.
Es un buen consejo. El caballo mira hacia atrás un momento. Quizás piense que el hombre debería aplicarse el cuento.
Las puertas abatibles chirrían como protestando. El contraste de luz impide ver lo que hay allí adentro.
Los clientes, ocho o diez, ya los contaremos si viene al caso, sí ven, sí miran al nuevo elemento.
La barra a la derecha.
Saca una moneda de un bolsillo.
-Te la cambio por todo el güisqui que puedas darme.
Seis pequeños vasos frente a él le dicen que el sitio no tiene muy malos precios.
-¿Mucha sed?
La pregunta interrumpe el primer viaje de líquido hacia su boca. El vaso queda a medio camino.
-La arena seca la garganta.
-Bebe despacio.
Escurre el primer vaso y se asoma por la puerta para comprobar si su caballo...
Sí. Bebe en un tornajo.
De vuelta a la barra, coge el segundo.
-Debes ser un tipo duro.
De nuevo un alto en el camino del líquido.
-Soy solo un tipo cansado y sediento.
-Bebe despacio.
Uno a uno va restando la cuenta. Con cada vidrio, una nueva pregunta de un nuevo curioso. Con cada chato, el mismo consejo.
-Bebe despacio.
Solo queda uno lleno.
Al cogerlo, mira a su lado.
-¿Qué piensas hacer aquí?
-Beber, esperar a que pase la tormenta y largarme. Solo estoy de paso.
-Bebe despacio.
El último trago le sabe amargo.
-Esto no es...
-Ese era de regalo.
Vuelve a la puerta. Su caballo se ha tumbado. Él también, piensa, necesita descanso.
-¿Se puede dormir en algún sitio?
-Mejor toma otro trago.
-¿Invita la casa?
-Aquí no hay nada mejor que hacer.
Ahora se fija. Todos están cubiertos por el mismo polvo. Todos parecen igual de cansados.
-Esa tormenta... era extraña. Y extraño el modo en que al entrar al pueblo ha callado.
-La tormenta sigue ahí... esperando.
-¿Esperando?
-Bebe despacio.
Entra otro hombre.
Las puertas chirrían, como protestando.
-A este paso nos quedaremos sin bebida muy pronto.
El nuevo pide una botella. Se repiten las preguntas y el mismo consejo.
-Bebe despacio.
En un momento dado hay un silencio rotundo. Tan definitivo que parece que se hubiera acabado el mundo.
-¿Habrá amainado la tornenta?
Es el último en llegar quien hace la pregunta.
Nadie responde.
Sonriendo se miran unos a otros.
Beben despacio.
Pasan las horas, o los días... pasa el tiempo sin que pase nada.
Desapareció el caballo blanco.
De vez en cuando llega otro forastero.
Es extraña la calma que se sabe rodeada de ese infierno.
-¿Alguien sabe qué es lo que pasa aquí?
Todos miran al barman.
-¿Es que la tormenta nunca escampa?
El barman hace como que lustra la barra.
-Yo solo sé que si el viento para, este bar, este pueblo, vuestra vida y la mía, se acaban.
La mayoría ya lo saben, otros lo comprenden en ese instante.
Están en el centro mismo de un tornado. Aquel lugar, aquel maldito lugar, es la tormenta.
Vale.
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