mobile isologo
buscar...

la sutura rota

kzordero

Dec 9, 2025

75
la sutura rota
Empieza a escribir gratis en quaderno

Nunca voy a olvidar

cómo mi estómago se arrugó

y se estrujó

cuando leí ese mensaje:

“Sos un forro, Franco.”

Sí, ya sé.

Vivo conmigo mismo,

con lo horrible de mi espiral,

ese que, como un cangrejo

camina en línea recta

solo para volver,

y volver,

y volver a lo mismo.

Vuelvo a abrir la herida

que ya había aprendido a cerrar.

Vuelven las mismas palabras,

disfrazadas de cariño.

Sé que me tenés odio,

sé que querés rasguñar mi alma,

esa que pronto se encontrará desangrando,

desangrada por las navajas

que sacaron esas personas

que pensé que eran el oro de mi vida.

Pero no.

No eran oro.

Eran muertos volviendo a hablar.

Mismas personas,

mismas frases,

mismas actitudes,

distintas voces,

cuerpos,

vidas.

Escucho los mismos reclamos sin sentido

porque yo ya cambié,

ya mejoré,

ya existo.

Existo.

Lamentablemente sigo vivo.

Sigo recitando poemas

en vez de estudiar cosas

que no me despiertan

ni el mínimo interés al leer el título.

Pero no puedo perder el interés

cuando la muerte me saluda

despacito,

con calma,

con frío.

La vida me grita que aprenda.

Pero,

¿cómo aprender

si solo aprendí a dar

mil oportunidades?

Soy un forro

si digo que no.

Entonces aprendí

a sostener el hilo

que silencia mi boca.

Soy un forro

porque solo sé gritar,

pero gritando me lastimo.

Sé que cuando grito

llamo la atención,

y mis marcas

lidian con las miradas

que esperan que así desaparezcan,

entre asombros dramáticos

y susurros sin empatía.

No hay nada más lindo para ellos

que criticar

cómo tuve que lastimarme para aprender,

mientras vos seguiste

la línea trazada para vos:

recta,

cuadrada,

sin mirar a los costados.

Yo sí miro.

Yo sí pregunto.

Yo grito.

Y si me callan,

pateo.

Quiero entender.

Quiero atención,

y quiero todo

lo que dicen que es malo.

¿Por qué es mala la atención?

Yo la quiero.

Quiero que sepas cuántas pestañas tengo, mis flores favoritas,

que aprendas mis gestos mínimos:

cómo levanto los dedos al tomar té,

cómo mi respiración se acelera

cuando un ruido es fuerte.

Quiero ser notado

porque yo noto a los demás.

Sé cómo actúa la gente que me gusta,

qué chistes guardar

para repetirlos después,

qué actitudes evitar

para no enojarlos,

qué pensamientos míos

nunca mencionar.

Como con vos, mamá.

Aprendí cada paso.

Una lista infinita

para no hacerte fruncir las cejas.

Afiné mi oído

para que, al oír tus pasos,

empezar a esconder todo

con precisión,

con rapidez.

Hasta que un día

se cayó la taza.

El ruido.

Tus tacones.

Tu carrera hacia mí.

La taza rota.

Rota como yo.

En muchos pedazos.

Ya no se puede arreglar.

Hay piezas que se perdieron.

Perdí mi infancia.

No estoy loco, mamá.

Hay fantasmas en mi vida.

No quiero que me encierren

a hablar con ellos.

Son malos.

Quieren llevarme con ella:

la que me susurra,

cuando me acuesto,

que agarre la navajita

y corte el silencio.

Y se escucha un grito agudo:

mi grito.

Ese día que te necesitaba.

Mi cara salada,

mis labios temblando,

mi respiración rota,

pidiendo un abrazo.

“Mamá, dame un abrazo.”

“Mamá, por favor.”

“Mamá, quiero tu amor.”

¿Por qué todos lo tienen

menos yo?

Y ahora querés corregirme,

decir que eso no es amor,

pero es lo único

que sé conseguir

en este lugar embrujado.

Aprendí a querer rogando.

A gritar por un abrazo

que nunca llegó.

A rogar contacto.

A rogar atención.

Le pido a Dios

que, si me mira,

me libre de esta profecía.

No soy el soldado

que espera.

No soy el que logra todo.

No soy el que aguanta las lágrimas.

Soy el que llora en clase

cuando hablan de familias perfectas,

el que se queda sin vista

por ese líquido salado.

Poco a poco,

la tristeza se adueñó de mí.

¿Quién soy

si no soy triste?

Tal vez sí tenga una personalidad.

Tal vez por eso ahora me querés, mamá.

Y tranquila:

voy a seguir este papel.

Tus abrazos falsos

y tus “te quiero” lejanos

me están ganando.

No te vayas ahora.

Puedo amoldarme.

Puedo tirar mi honor.

Puedo lavarme con agua bendita.

Puedo hacerme puro.

Solo para vos.

Para que me quieras.

Para que me idolatres.

Para ser tu hijo.

Pero como ya te fuiste

hace mucho,

voy a buscar amor en otros

que me quieran como vos.

El amor inexistente me está matando.

Quizás este sentimiento

nunca se vaya,

nunca toque mi puerta.

Solo queda imaginar

que un día la muerte vuelva,

y esta vez no susurre,

sino que venga con flores:

rosas llenas de espinas.

Porque aunque duela,

tal vez ella

sea la única verdad.

Voy a romantizarla:

que no me mienta,

que no me maltrate

con falsos “te amo”,

que me golpee la espalda con odio

por cada fallo.

Lloraré en sus piernas suaves,

suaves como las mentiras

de todos los que dicen quererme

y, al ver el monstruo,

huyen.

Pero solo conocieron

mi superficie:

la que no pide cigarrillos,

la que no llora en brazos ajenos,

la que nunca se rompe frente a nadie.

Soy un fraude.

Una vez encontré a alguien

que lo hizo todo.

Me odió

y me amó

en partes iguales.

Pero con licor barato

tuvo que escuchar

mi profecía.

No quiso ser la excepción.

Se fue.

No importa.

Puedo solo.

Domingos.

Un té frío y amargo

abrazado con mis manos

como si fuera lo último vivo que tengo.

Me saco la sonrisa,

aunque sea falsa.

¿Para qué mostrarme la luz

si la vas a tapar

con una cortina

que nunca voy a poder correr?

No vuelvas.

No quiero ver la felicidad

que imponés.

No la merezco.

Aunque quisieras salvarme,

creo que debí ser más fuerte

y no dejarte entrar.

Mentira.

Volvé, por favor.

Me arrodillo.

Me saco el maquillaje.

Me corto el pelo.

Hablo menos.

Coso mi boca.

Está bien,

si no soy interesante.

Vos sí.

Vos tenés vida.

Yo no.

La perdí hace rato.

Vivo para otros.

Vivo a fuerza de una pastilla:

esa que me revive un ratito,

esa que me mata

despacio.

kzordero

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión