No fue un día,
ni una noche,
ni siquiera un instante iluminado de epifanía.
Fue la suma de los días vacíos,
de los llantos secos,
de las palabras que me cansé de decirte
sin que te quedaras.
El amor no se va.
Eso es mentira.
Se queda como una brasa oculta
que ya no quema,
pero que siempre sabe arder
cuando cierro los ojos demasiado tiempo.
Y sin embargo,
un día me encontré caminando sola,
y el viento no llevaba tu nombre.
Había algo en el aire,
algo mío,
algo que no te pertenecía.
Me sorprendí riendo,
una risa rota, sí,
pero mía.
El café amargo sabía menos a despedida,
y las canciones que evitaba ya no me dolían tanto.
El amor no se va.
Eso lo aprendí con la cicatriz más tierna.
Pero la herida cierra,
y con el tiempo,
la vida comienza a construir sobre las ruinas.
Todavía te amo,
pero ya no me destruye.
Todavía recuerdo,
pero ya no me detengo.
Me he dado cuenta
de que el amor no es cadenas,
sino el permiso de soltar.
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