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    LA SOMBRA QUE GRITA

    Feb 8, 2025

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    LA SOMBRA QUE GRITA
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    El que suscribe estas líneas, como esbozo de un grito de rabia, angustia e impotencia, no tiene nombre ni rostro. Se oculta en la palabra, en la idea, en la tinta que no se borra con el tiempo, porque sabe que las balas matan cuerpos, pero no pueden callar la voz de quienes luchan. Y es que el poder teme a la palabra porque la palabra es semilla, y la semilla crece y rompe el cemento de la historia escrita por los opresores.

    No se oculta por cobardía, porque la rebelión no es un capricho pasajero que se cura con medicinas. Se oculta porque su voz no le pertenece a un solo cuerpo, sino a todos los que han sido despojados, a los que han sido silenciados, a los que caminan sobre la tierra ensangrentada de un país que se niega a morir. Se oculta porque no es uno, es muchos, y cuando la voz es de todos, el enemigo no sabe a quién dispararle.

    No tiene rostro porque su lucha no es de un solo hombre, ni de una sola mujer, sino de un pueblo entero que se levanta. No es un mesías, no es un caudillo, no es un mártir. Es la sombra del campesino que siembra maíz mientras el patrón le roba la cosecha. Es el reflejo de la madre que llora a su hijo desaparecido. Es la rabia del estudiante que entiende que en la escuela no le enseñan a pensar, sino a obedecer. Es la dignidad del obrero que, con las manos endurecidas por el trabajo, sabe que el sistema solo le ofrece hambre y muerte.

    No muestra su cara porque sería ponerle rostro al movimiento, un movimiento que es de muchos y no de uno solo. No lo hace por temor a ser perseguido y quemado en la hoguera como si fuese un impío que cometió perfidia. No lo hace porque, en la sencillez que trae consigo el misterio, el enigma se perdería si su bello y bronceado rostro fuese descubierto, como si de una estatua griega se tratase. No lo hace porque se podrían perder miradas en sus ojos color miel, reflejo de la colaboración y participación en conjunto, cual abeja. O en los tonos verdes, como praderas de pensamiento. O en el tinte azul que se deja entrever, como la fría mañana de enero.

    Pero sabe que sus palabras provocarán miradas.

    Miradas de quien busca y no encuentra. De quien se pregunta quién puede estar tras este pedante y egocéntrico material de protesta. De quien lo considera loco, de quien cree que su positivismo mal entendido pretende instalar la oligarquía y la meritocracia a las que, por desgracia, está acostumbrado. Miradas de quien cierra los ojos negando lo expuesto o, por el contrario, de quien los abre sorprendido ante tal muestra de gallardía, arrojo y entrega, dispuesto a morir por el mayor bien común.

    Pero pese a que pueda robar suspiros y provocar miradas, se mantiene en el anonimato, porque una lucha sin nombre y sin rostro se convierte, pues, en revolución.

    Porque no hay mayor peligro para el poder que los nadie que aprenden a nombrarse.

    Los que gobiernan, los que se han adueñado de la tierra y de las vidas, los que han convertido la miseria en un negocio, tiemblan cuando alguien se atreve a decir que el rey está desnudo. Porque quien no tiene nada que perder, lo tiene todo para ganar. Y cuando un pueblo despierta, ni todo el plomo del ejército ni todas las mentiras de sus periódicos pueden detenerlo.

    El poder, con su falsa democracia, con sus jueces vendidos, con sus leyes hechas para proteger a los de arriba, se ha infiltrado en cada rincón como la humedad que pudre las casas. Se disfraza de amigo, de patrón bondadoso, de gobierno progresista, pero siempre es el mismo. Es el mismo que ha gobernado con el garrote y la metralla, el mismo que se sienta a negociar con sangre en las manos, el mismo que se llena la boca de justicia mientras sus botas aplastan a los que se atreven a resistir.

    En este feudo disfrazado de república, donde la corte envenena la mente del rey hasta dejarlo ciego y sordo —porque no ve más allá de sus riquezas ni escucha nada que no le susurren sus vasallos—, no es sorpresa que los derechos y las vidas de los de abajo sean solo un chiste contado entre ricos.

    Y así, el poder ha contaminado el ecosistema de la vida, ha enfermado la tierra, ha convertido el hábitat de los seres humanos en un desierto donde solo crece la desesperanza. No les basta con saquear, no les basta con explotar, no les basta con matar. También buscan borrar el pensamiento, erradicar la memoria, exterminar el sueño de un mundo diferente. Se han metido en la educación, en la cultura, en las palabras, en los silencios. Han hecho de la sumisión una virtud y de la resistencia un crimen.

    Pero no pueden arrancar lo que ya ha echado raíces.

    Porque la lucha no es por migajas, no es por administrar el hambre. La lucha es para que no haya más amos ni más esclavos. No queremos un asiento en su mesa; queremos volcar la mesa y partir el pan entre todos.

    Y aunque los mozalbetes, los perros, gatos y ratas del feudo corran detrás de las sobras que les lanza el amo, nosotros seguimos caminando. Porque sabemos que el poder no se cae solo: hay que empujarlo.

    Porque sabemos que cuando la dignidad se organiza, no hay imperio que pueda con ella.

    Porque sabemos que la historia no la escriben los que mandan, sino los que luchan.

    Y cuando el pueblo despierta, hasta el cielo aprende a temblar.

    ~ Insurgente Alfredo

    El Ilustrado

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