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    Cuando volvía a casa,
    y no tenía a nadie
    para compartir mi día,
    cuando necesitaba un abrazo
    para liberar la agonía,
    cuando la tristeza me invadía
    y parecía que iba a romperme de tanto llorar,
    cuando rogar por mi vida
    era habitual,
    todas esas veces que estaba más solo
    que en cualquier otra instancia,
    y necesitaba las palabras
    con las que me atragantaba,
    las noches lluviosas en mi interior,
    cuando mi mente se nublaba
    y mi corazón se inundaba,
    las veces que contuve mis lágrimas,
    encarcelándolas muy dentro,
    y estaba tan deshecho
    que apenas respiraba,
    cuando más anhelaba a alguien,
    no había o quería haber nadie.

    Atrapado en un mundo lleno de personas,
    con rencores pero sin memoria,
    entre ellos se relacionan, pero sin mí.

    Muchas veces quise rendirme,
    marcharme y morir,
    dejar de existir,
    ¿débil o valiente?
    Tan solo humano.

    Tuve miedo en lo más profundo de mi ser,
    me aterroricé y sufrí,
    en lo poco que he vivido,
    lamentablemente, he sufrido.
    El dolor físico no se compara
    al emocional,
    no te atrevas a acusarme
    de ser sentimental,
    porque me desvanecí,
    luché y viví.
    No se trataba de sobrellevar,
    tenía que seguir, no quedarme.
    Pero hubo ausencia,
    pérdida y abandono.
    ¿Qué más debía soportar?
    Aún quedaba más por lo cual sangrar.

    Depresión, sueños arrancados, descontrol,
    recuerdos como armas apuntando,
    anécdotas que no eran alegres,
    anhelos de cosas que se perdieron,
    golpes a mí mismo con rabia,
    cero autoestima, me odiaba,
    daño, más llanto, melancolía.

    ¿Qué estaba haciendo?
    Me destruía porque no me querían.

    Solo era otro en el montón, sin valor,
    con temor y desvíos.
    Me confundía de camino,
    rodeado de máscaras
    y falsedad por doquier.
    Desconfianza de todo
    lo que me llegara a ver,
    encierro e in(seguridad),
    porque no quiero que me lastimen más.

    Soy la desgracia del presente,
    el hijo de un “padre” ausente.
    Me hundo en un barranco sin fondo,
    soy el náufrago de un mar furioso,
    me dejé llevar hacia lo más hondo,
    donde no podrían oírme gritar.
    Si era una pesadilla, quería despertar.
    Silencio de a ratos, sonidos efímeros de vez en cuando.
    ¿Qué sucedía conmigo y con ellos?
    No lograba encontrar consuelo.
    Relámpagos y truenos,
    una tormenta en mi cerebro.
    Diluvio sin cesar,
    ráfagas de pensamientos.
    Ya me he quebrado.

    ¡Ayuda! ¡Auxilio!
    ¡No logro respirar!
    Me ahogo en el pasado,
    me cuesta olvidar.
    Ya necesito un final,
    bajarme del tren
    que me tiene de rehén.

    ¡Detengan todo esto!
    Ya no logro continuar.
    Siento que se acerca una enfermedad,
    locura quizás.
    Es lo único que pido,
    en una melodía o hilo de voz,
    un último aliento.
    Por favor,
    ya no quedan fuerzas.
    Lo siento,
    adiós.

    Giovanna Gómez

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